Permitan que les hable de Victor Wooten. Muchos de ustedes ya sabrán quién es, pero para aquellos que no, lo presento: Victor Wooten es uno de los mejores bajistas del mundo. Un virtuoso, un genio. Procede de una familia donde cada miembro dominaba un instrumento, y lleva tocando desde que se andaba en pañales. Es capaz de hacer cualquier cosa concebible con ese instrumento, ya sea tocar cosas muy complicadas usando técnicas que lo dejan a uno boquiabierto, o tocar cosas sencillas con una sensibilidad exquisita. Domina el ritmo como se espera de un bajista de primera clase, pero eso no le impide dominar también las melodías y las armonías como si fuese un pianista.
Wooten es una bendición para quienes apenas sabemos música. Es un fantástico orador con el poder de resumir la esencia de la música en unas pocas frases, y escucharlo hablar sobre música es tan hipnótico como verlo tocar. No se anda por las ramas, y sus consejos musicales (por ejemplo: «Nunca pierdas el compás intentando encontrar una nota») son tan directos y pragmáticos como los de Thelonious Monk en su día, y sirven no solo para quienes tocan un instrumento, sino para que los oyentes tengan una idea de dónde buscar la calidad de los músicos. Wooten posee un instinto didáctico envidiable y suele citar una idea Albert Einstein: si no eres capaz de explicar algo con sencillez, es que tú mismo no lo entiendes. «¿A qué viene todo esto en un texto de homenaje a otro músico?», se estará preguntando usted. Pues bien, voy a tratar de explicar por qué en mi cabeza tiene sentido. Cuando he sabido de la muerte de Charlie Watts, lo primero que me ha venido a la mente, además de un luctuoso ensombrecimiento, ha sido una pequeña perorata que Victor Wooten pronunció sobre la clave para que la música llegue a los oyentes:
Maya Angelou dijo que las personas no recordarán lo que dijiste, no recordarán lo que hiciste, pero sí recordarán cómo las hiciste sentir. La música no es diferente. Si puedo atraparte mediante el sentimiento, ya te tengo, y puedo conseguir que escuches para llevarte hacia donde están las cosas buenas. El sentimiento es la clave. Tú naces teniendo sentimientos y morirás teniendo sentimientos. Los sentimientos no son algo que necesitas aprender; son otro lenguaje universal: el amor, el odio, los celos. Nadie ha aprendido esos sentimientos, no son dependientes de la cultura. Sentimos cosas en todas partes y en todo momento.
Así que, cuando eres capaz de llegar al oyente con un sentimiento, puedes tocar con menos técnica pero acabas tocando más música. Si B. B. King se presentase a un concurso de guitarristas bajo los estándares de hoy día, ni siquiera sería admitido, ¿verdad? [En un concurso se trata de] cuánta teoría sabes, cuántos acordes tocas. B. B. King tocó las mismas cinco notas durante sesenta, setenta años. Pero tus abuelos y tus nietos conocen el nombre de B. B. King. Esta pasada Pascua perdimos a Allan Holdsworth. Impresionante músico. Pero tu madre no sabe quién es Allan Holdsworth, ni tampoco lo saben tus hijos. Todo el mundo sabe quién es B. B. King. Deduce por qué. Y, después, toca de esa misma manera.
Mejor que ninguna otra cosa, estas palabras me hacen entender cuál es la conexión que mucha gente siente con Charlie Watts. En los ya antediluvianos tiempos del cassette, la segunda cinta de música que tuve en mis manos fue el directo Still Life de los Rolling Stones, cuyo efecto fue tan mágico como el de la primera, una recopilación de canciones de rock & roll de los cincuenta y principios de los sesenta que mi madre, con un infalible instinto, me regaló diciendo: «Esto te va a gustar». Y ya saben que las obsesiones musicales de la infancia no solamente duran hasta la adolescencia, sino que ya nunca se olvidan. Recuerdo perfectamente la sensación que me producía la presentación del concierto, mientras sonaban por megafonía unos breves compases de Take the A Train de Duke Ellington (¡Tardé años en poder escuchar la pieza completa!), y el invariable escalofrío cuando los Stones empezaban a tocar «Under my Thumb». No importa lo maravillosa que sea, que lo es, la versión en estudio de la canción. La versión del Still Life siempre será la que ponga los pelos de punta.
Gracias a aquella cinta, los Rolling Stones de 1981 fueron el primer grupo de quien podía citar todos los miembros. Aunque parezca mentira, ni siquiera conocía los nombres de los cuatro Beatles a quienes, de hecho, no había escuchado, o no había sido consciente de escucharlos. Y la batería de Charlie Watts fue la primera que pude asociar a un nombre y un estilo concretos. Fue el primer tic-tac reconocible de mi infancia como oyente. Charlie tenía una manera de tocar sencilla y asequible que, como dice Wooten, apelaba al sentimiento. Y eso es justo lo que necesita un niño cuando está aprendiendo a escuchar. Su estilo también era lo que necesitaban los Rolling Stones. Aunque el virtuosismo instrumental es admirable, no es la única herramienta admirable que puede poseer un músico.
En especial cuando hablamos de grupos de rock, que son entidades musicales generalmente fundamentadas en la casualidad y la química: cuatro o cinco jóvenes de una misma zona empiezan a tocar juntos y crean un sonido que, a diferencia del de las orquestas sinfónicas, suele distar de ser perfecto. Pero es un sonido único en el que algunos miembros se vuelven sencillamente insustituibles. No porque cambiando de miembros los resultados vayan a ser peores. En realidad, los discos de los Rolling Stones tienen varias canciones clásicas donde la batería no la toca Charlie Watts: «It’s Only Rock ‘n Roll», «You Can’t Always Get What You Want», «Happy», la parte final de «Tumbling Dice». No es fácil percatarse porque las pocas veces que ha sido sustituido, los sustitutos han imitado su estilo
Lo importante son las canciones en las que sí está, y la manera en que ha contribuido a construir el inconfundible sonido de los Stones. La música de los Rolling Stones nace normalmente, aunque no siempre, de los riffs de guitarra de Keith Richards. Acostumbran a ser fraseos cortantes, muy rítmicos, muy afilados. Cuando los has oído una vez, ya nunca confundirás esas canciones con otras. Los tres primeros segundos de «Rocks Off» sirven para que cualquier fan salte de la silla y reconozca la canción. En eso consiste el genio de Richards, una fábrica andante de frases memorables. Alguien como Richards necesita un batería que sepa leer esos fraseos.
Una de mis canciones favoritas de los Stones es «If You Can’t Rock Me», donde los Stones suenan tan Stones como es posible concebir. De nuevo, un seco riff de guitarra es la parte reconocible, pero la canción se edifica sobre el ritmo simple —y nada seco— de la batería de Charlie. Y, ¿los últimos cuarenta segundos? Son Charlie y nada más que Charlie. Hace justo lo que tiene que hacer para crear tensión, y hace justo lo que tiene que hacer para liberarla (minuto 3:25). Hace un pequeño redoble, cambia la manera de tocar y eleva la canción a un nuevo nivel justo antes de que esta termine. Y el oyente lo siente; no sabe por qué, pero lo siente.
La cuestión de la técnica daría para discutir en otro momento, pero siempre me ha molestado que alguien pueda menospreciar la forma de tocar de Watts por el hecho de que Watts no fuese capaz de ejecutar determinadas virguerías. Y ojo, soy el primero que disfruta con los baterías muy técnicos como Neil Peart, con los baterías apabullantes como John Bonham, y no digamos con los baterías salvajes y excesivos como Keith Moon. Pero estos no serían buenos baterías para los Rolling Stones aunque técnicamente posean más recursos que Charlie Watts. Un virtuoso circense en los Rolling Stones tendría tanto sentido como Yngwie Malmsteen tocando escalas veloces en lugar de los hachazos breves de Keith Richards.
Y así como Richards siempre ha sido el cerebro de la banda, Watts era el corazón. Era un batería jazzy, no al modo de Buddy Rich, desde luego. Y ni falta que hacía. Es como cuando alguien hace de menos a Ringo Starr: si Stewart Copeland y Dave Grohl dicen que Ringo es grande, es que Ringo es grande y punto. Del mismo modo, si Chad Smith o Stephen Perkins tratan a Charlie Watts como un maestro, es porque Watts es un maestro, y punto. Como he dicho más de una vez, no me hagan caso a mí, hagan caso a los músicos.
Del antiguo swing, Watts heredó la elegancia, la discreción y la capacidad para poner acentos en el momento indicado. Basta escuchar la música que tanto lo influyó para entender su filosofía. No se trata de cuántos golpes por minuto se hacen, sino de hacer los golpes que demanda la música de los compañeros. Y esto es algo que Watts hacía a la perfección. Lo único es que él lo hacía en la música rock, consiguiendo que los Stones sonasen diferentes a muchas otras bandas cuyos baterías solían provenir de un rhythm & blues más contundente. Con ese estilo tan suyo aprendimos muchos a escuchar, a mover la cabeza, a golpear el suelo con el pie. La cadencia de Watts nos es tan amada como lo que cocinaban nuestras madres y abuelas. Supongo que las madres y abuelas de ustedes, salvo alguna excepción, no eran chefs de restaurantes con estrellas Michelin.
Y eso no significa que nos guste la idea de que Ferran Adrià venga y «deconstruya» nuestro potaje familiar favorito. Hay cosas que el exceso de afán técnico puede destruir. Y Charlie Watts es insustituible. Los restantes Stones tienen suficiente influencia (y dinero) como para fichar a alguno de los mejores baterías —en el sentido técnico— del mundo, y quizá lo hagan, pero dudo que haya algún batería que sienta que de verdad puede ponerse los zapatos de Watts (como Watts tampoco se pondría los zapatos de ellos en otras bandas).
Otro ejemplo. No hay ninguna complicación en la batería de otra de mis canciones favoritas, «Stray Cat Blues». Pero es esa batería la que hace que la canción, cuya letra es bastante perversa de por sí, suene aún más perversa. La batería de Watts suena como una serpiente de cascabel, y ahí está el secreto del tema. Produce el efecto de un ritmo mortecino cuando, en realidad, no es una canción lenta. Apenas más lenta que, por ejemplo, «Another One Bites The Dust» de Queen. Velocidad similar, sensación muy distinta. Lo que Watts toca no es técnicamente difícil; no sé nada sobre tocar la batería, pero imagino que es sencillo de reproducir. Cosa distinta es que otros baterías capten ese sonido reptiliano o, más bien, que sepan sustituirlo con algo mejor. «Stray Cat Blues» también es una de las canciones favoritas de dos insignes fans de los Stones, Johnny Winter y Chris Cornell, quienes hicieron sus propias versiones.
Matt Cameron, el por otra parte extraordinario batería de Soundgarden, no reprodujo el ponzoñoso siseo de Watts y por ello la versión de Soundgarden no suena tan retorcida. Johnny Winter fue más astuto; aunque su batería de entonces, Richard Hughes, tenía un estilo muy diferente al de Watts, Winter ralentizó su versión para conseguir por otros medios un efecto similar. Las versiones de Winter y Soundgarden me gustan mucho, ambas, pero no tienen la serpiente de cascabel, que es lo que esta canción, que habla de depredación, necesita:
En fin, hay muchos (¡muchos!) otros ejemplos, y siempre así de sutiles, de por qué Charlie Watts era tan importante para el sonido de los Stones. En las canciones más conocidas, y en las menos. Tomemos una canción solitario de Keith Richards con su banda X-Pensive Winos, «Take It So Hard» (¿La mejor canción en solitario de Richards? ¡Voto que sí!). Empieza con uno de esos riffs de guitarra tan increíblemente reconocibles, pero pronto se echa algo de menos. Y ojo, el batería, Charley Drayton, no es un cualquiera; de hecho ha trabajado con una imponente lista de grandes nombres.
Pero falta ese indefinible toque swing de Watts, esos detalles que no están en el sitio donde los pondría otro batería. Supongo que lo que intento decir es que, por mucho que nos duela, no habrá Stones sin Charlie Watts. Habrá, si lo hay, algo parecido a los Stones. Pero será como si alguien se empeña en cambiarle las especias al guiso favorito de nuestra madre. No va a funcionar. Cuando uno ha crecido amando algo, no hay manera de mejorarlo. Que Mick Jagger y Richards sigan haciendo música juntos me parecerá genial, pero, aunque duela pensarlo, oficiosamente, al menos para mí, con Watts han muerto los Stones.
Crean que soy el último interesado en un mundo sin los Rolling Stones, pero así de cruda es la realidad. Cuando uno crece acostumbrado a escuchar sonar ese platillo en los Stones, quiere ese platillo en los Stones, y ya no le sirve otro. Te echaremos de menos, Charlie.
Emilio de Gorgot
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