6.8.14

Sergi Pàmies:John Irving "Una mujer difícil" 1998

Acabo de terminar una de las mejores novelas que he leído en mi vida. Me ha hecho reír, llorar, pensar y, sobre todo, envidiar intensamente a su autor: John Irving. El libro se llama Una mujer difícil Si pueden, tómense un par de días libres, enciérrense con estas 567 páginas de literatura total y déjense llevar. Notarán como, al poco de despegar, la novela adquiere una velocidad no exenta de turbulencias que perdura durante todo el viaje.


A tropecientos mil pies de altura, percibirán el vértigo que supone, desde la privilegiada ventanilla de lector, sobrevolar un argumento geográficamente salvaje en el que se cruzan ríos de amor y muerte, lagos de tragedia y cataratas de humor, todo alrededor de una familia marcada por la desaparición de dos hijos adolescentes que fallecen en un estúpido y terrible accidente. El dolor de la madre, la destructiva actitud del padre y la perturbadora indefensión de una hija que, a lo largo de 40 años, deberá apechugar con desconsuelos propios y ajenos convierten esta novela en la culminación de una carrera literaria que, en el caso de Irving, ya cuenta con cimas nada desdeñables. 

Como esos escaladores que coleccionan picos de ocho mil metros y que, al culminarlos, encienden un pitillo para desafiar al mundo y contener el pánico que les produce haber llegado tan alto, Irving acumula obras maestras con insultante serenidad. El mundo según Garp, El Hotel New Hampshire, Príncipes del Maine, reyes de Nueva Inglaterra y Una oración para Owen son algunos de los trofeos que figuran en su vitrina. 

¿Que quién es John Irving? Un escritor americano que ronda los sesenta años, al que le gusta la lucha libre, que odia a los críticos, marcado por la dislexia y que considera que su trabajo tiene una octava parte de talento y siete de pura disciplina. En España, Irving ha encontrado en la editorial Tusquets un aliado respetuoso con su obra que, tomando el testigo de Argos-Vergara y lejos de adhesiones multitudinarias, alimenta puntualmente a los irvingdependientes del país. 

En mi caso, la adicción empezó, a finales de los setenta, con El mundo según Garp. Desde entonces, haría cualquier cosa por conseguir nuevas dosis. Una vez, en el Salón del Libro de París, estuve a punto de cometer una bajeza: pedirle un autógrafo. Él estaba firmando libros, esa tarea que tanto aborrece. Había una larga cola de admiradores (formada, en su mayoría, por hermosas mujeres francesas) esperando turno. Irving los despachaba con una sonrisa ensayada, intentando, como la protagonista de su novela, que no se le notaran las ganas de estar en cualquiera otra parte. Finalmente, no me consideré lo bastante hermosa ni francesa para molestarle, así que me marché. 


Como suele ocurrir casi siempre, pasaron los años hasta que, un día, el destino llamó -toc, toc- a mi puerta. Con motivo de la publicación de uno de sus libros, la editorial Tusquets me propuso presentarlo en Barcelona. Aluciné. Pepinos, para ser exactos. Me arrodillé en el pasillo cantando: "¡Aleluya!" y, durante una semana, no pensé en nada más y estuve como ausente. Incluso me propuse adelgazar, apuntarme a un gimnasio y hacer footing para no desentonar con la disuasoria musculatura -no sólo literaria- del señor Irving. 

Preparé mi discurso y redacté frases como: a) "el oficio de Irving no consiste tanto en inventar mentiras como en crear verdades", b) "Irving es wagneriano en sus excesos pero también en su brutal capacidad para conmover" y c) "con Irving se produce un extraño fenómeno: uno acaba riendo con lo trágico y llorando con lo cómico". Al cabo de unos días, me llamaron. Irving había suspendido el viaje. ¿Por qué?, pregunté conteniendo el tremendo dolor que me producía la noticia. 

Resulta que Irving pasa la mitad del año en Toronto y que, además, está casado con una canadiense. Resulta que, por aquellas fechas, a nuestro Gobierno le dio por liarse a conflicto limpio con Canadá por culpa de un apestoso puñado de peces osteícteos y pleuronéctidos conocidos como "fletanes". La llamaron pomposamente "la guerra del fletán" y alcanzó su punto álgido cuando el siempre oportuno Gobierno español decidió, como represalia a los problemas pesqueros, poner trabas a los turistas canadienses, entre los que se encontraban, con las maletas preparadas, 

John Irving y su esposa. Cabreados con tan absurda medida, los Irving anularon la presentación. Decisión irrevocable. Se acabó lo que se daba. Adiós. Fin. Actualmente, nadie se acuerda ya de aquella maldita y absurda "guerra del fletán". Sólo yo, que me quedé sin presentación y sin motivación para apuntarme a un gimnasio y que, ahora, tras haber devorado como un melocotón maduro esta maravilla titulada Una mujer difícil, me asusto pensando en lo difícil que me va a resultar esperar los largos años que faltan para que Irving vuelva a escribir su próximo libro.

* Este artículo apareció en la edición impresa del lunes, 10 de mayo de 1999.

Una mujer difícil JOSÉ ANTONIO GURPEGU

John Irving es uno de esos autores que ya se consagran desde la primera novela. Con Libertad para los osos y El mundo según Garp Irving se revelaba como uno de los autores con personajes de mayor profundidad psicológica. La complejidad de los alocados Siggy y Graff en su obsesión por liberar a los animales del zoo de Viena proporcionaba a la historia el ingrediente imprescindible para que resultara atractivo lo que a priori se antojaba como un simple divertimento sin pies ni cabeza. Y esa ha sido la constante en las ocho novelas que hasta ahora ha publicado Irving: historias originalmente insulsas que terminan por convertirse en auténticas epopeyas gracias a la fuerza narrativa de sus protagonistas.

La sinopsis de Una mujer difícil participa de similar caracterización. La novela narra la vida de una escritora de éxito, Ruth Cole, que fue concebida por sus padres para "reemplazar" a dos hijos del matrimonio que murieron en accidente de circulación cuando eran unos adolescentes. Una historia, en el mejor de los casos, recurrente pero que Irving sabe dotar de una complejidad tal, tanto a los personajes como a las tramas y subtramas, que logra atraparnos desde la primera página. Al poco de iniciarse la novela leemos: “Ruth Cole llegó a ser escritora no porque sus padres hubieran esperado que su tercer hijo fuese varón. /.../ Que Thomas y Timothy murieron antes de nacer ella también formaba parte del motivo por el que Ruth Cole se convirtió en escritora. 

Desde el más temprano de sus recuerdos, se vio obligada a imaginarlos.” Con una sutileza desconocida en otros autores Irving ha logrado despertar nuestro interés a la vez que relacionar al menos cuatro espacios temporales, el actual de la lectura, el de la infancia de la protagonista que es el momento que está narrando; aquel cuando fue concebida y por último su edad adulta siendo escritora. Pero no se trata de digresiones temporales ya que cada uno de los episodios carece de autonomía propia y como las piezas de un rompecabezas adquiere su verdadero sentido como una parte más del conjunto, dentro de la totalidad.

Pero obviemos disquisiciones académicas propias de la discusión teórica en las aulas y centrémonos en lo que verdaderamente interesa a los lectores, cada vez más numerosos, de Irving. Nos situamos en 1958, Long Island. Los padres de Ruth, especialmente la madre, no pudieron soportar la muerte de Thomas y Timothy y pensaron que un nuevo hijo sería un sustituto ideal para los perdidos. Pero el nacimiento de Ruth no puso fin a la crisis del matrimonio. Los padres, Ted y Marion, son escritores. Ted es un reputado autor de cuentos para niños y Marion una novelista de poco éxito. 

La muerte de los hijos pesa como una losa y Marion mitiga su pena manteniendo relaciones sexuales con el joven de 16 años Eddie, contratado por Ted como ayudante, Ted por su parte mantiene numerosos encuentros con mujeres, normalmente casadas. Finalmente Marion abandona el hogar y Ruth vive con su padre, con quien mantiene una delicada relación. Han pasado los años y ahora nos encontramos en 1990 en Amsterdam -segunda sección del libro- donde Ruth, una autora de éxito pero con una vida sentimental desastrosa, investiga con vistas a su próxima novela. 

Presencia el asesinato de una prostituta del barrio chino de Amsterdam y participa activamente en una organización a favor de los derechos de las prostitutas. También aparece Eddie, obsesionado por las mujeres maduras y mediocre escritor como era Marion, quien reside en Canadá escribiendo novelas de detectives. El padre se suicida y Ruth se casa con Allan, a quien no ama, pero con quien tiene a Graham. Es así como entramos en la tercera y última sección del libro, en el otoño de 1995. Ruth ha enviudado y vuelve a contraer nupcias con Harry ( el título en inglés es "A widow for one year" "Viuda por un año"). La vida ha maltratado a Ruth, pero ahora está a punto de ser feliz amando a un hombre.



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