27.9.14

Enrique Vila-Matas " El viaje vertical" (1999)


El viaje vertical constituye una nueva indagación en algunas preocupaciones y obsesiones nucleares del microcosmos literario de Vila-Matas. Frente a la normalidad de los viajes horizontales, de un lugar a otro, o circulares, como el de Ulises, el viaje aquí novelado es vertical y termina agotándose en un recorrido hacia la nada. Su osadía y radicalismo se adelantan ya en los versos de Huidobro: “Cae/ Cae eternamente/ Cae al fondo del infinito/ Cae al fondo de ti mismo/ Cae lo más bajo que se pueda caer”.
En efecto, como si de novelar estos versos de Altazor se tratara, El viaje vertical desarrolla la última peripecia de un empresario y político catalán ya jubilado que afronta la postrera urgencia de abrigarse del frío de la vida. Al septuagenario Federico Mayol su mujer le ha exigido que se vaya de casa y la deje sola para intentar buscar la persona que ella pudo ser y no fue por haberse entregado a él.

Solo en edad tardía, Mayol, con la súbita conciencia de su fracaso familiar (con su mujer y sus hijos) y también profesional (ha levantado un imperio económico para nada, pues su primogénito le confiesa que se aburre), emprende un “viaje vertical” en doble sentido: hacia el Sur, desde Barcelona hasta Madeira, pasando por Oporto y Lisboa; hacia el fondo de sí mismo, desde su repentina soledad hacia el vacío absoluto, pasando por el descubrimiento de la humana inutilidad que supone la búsqueda existencial de un sitio en el mundo porque todos estamos fuera de lugar, aunque sólo el viejo llega a saberlo.

Y así la novela se ofrece como un compendio de varias soledades en familia y una aventura por lo desconocido en un singular relato de aprendizaje con los afanes y las angustias que acompañan a todo proyecto existencial de vida plena, pero con la dramática salvedad de que aquí este aprendizaje descolocado resulta imposible porque ya se ha hecho tarde. Al final se impone la evidencia del vacío, el abismo, la nada que anula toda ambición humana.

En el medio queda constancia de algunas realidades gratificantes como el encanto de Lisboa o la belleza de Madeira. Y todo el viaje exterior e interior transcurre jalonado por una serie de motivos recurrentes que completan la caracterización del protagonista y anudan el discurso por medio de simetrías hábilmente dispuestas.

Los más significativos son el parecido físico de Mayol con George Sanders, sus estudios truncados por la guerra civil, su condición de inculto y poco leído, su inteligencia natural que le permitió triunfar en los negocios, su militancia en el nacionalismo catalán y el mito de la Atlántida, latente en toda la novela, desde los delirios artísticos del hijo menor hasta su revelación en Madeira.

Todo esto se desarrolla mediante un tratamiento narrativo lúdico que se complace en un ingenioso juego con las leyes del relato y con sus virtuosismos técnicos. Pues se adopta la modalización del narrador testigo que cuenta en primera persona la historia del protagonista. Y a lo largo de muchas páginas el narrador se camufla en la tercera persona para poder contar lo que él no ha podido conocer de forma directa. Juega con la información, con los personajes y con el tiempo.

Acude a los caprichos del azar, explota sus limitadas posibilidades amparándose en recursos como “Por lo que he podido saber”... o se divierte sugiriendo su condición de figura surgida del propio texto. Así es; pero esto no lo sabemos hasta muy avanzada la novela (pág. 169), cuando el narrador se presenta y descubre sus cartas como depositario de la historia de Mayol y como escritor de una novela sobre su vida.

Una novela que se explica a sí misma (véase pág. 236), que reflexiona sobre su proceso creador como metanovela de la escritura y que amplía los interrogantes de estirpe unamuniana o pirandelliana acerca de la posibilidad de que hombres y dioses no seamos más que sueños o pensamientos de alguien fuera de la realidad: “y se preguntó por qué no ha de ser ese alguien que sueña o piensa alguien que no sueña ni piensa,
súbdito él mismo del abismo y la ficción” (pág. 242)

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