21.2.15

Samuel Beckett "Textos para nada" 1955

"Deja, iba a decir deja todo esto. Qué importa quién hable, alguien ha dicho qué importa quién hable. Habrá una marcha, formaré parte de ella, no seré yo, yo estaré aquí, me diré lejos, no seré yo, no diré nada, habrá una historia; alguien intentará contar una historia. Sí, nada de mentís, todo es falso, no hay nadie, está claro, no hay nada, nada de frases, seamos burlados, burlados por los tiempos, por todos los tiempos, esperando que pase, que todo haya pasado, que las voces callen, no son más que voces, embustes.
Aquí, marcharse de aquí e ir a otra parte, o permanecer aquí, pero yendo y viniendo. Muévete primero, es necesario un cuerpo, como antaño, no digo no, ya no diré no, me diré un cuerpo, un cuerpo que se mueve, hacia adelante, hacia atrás, y sube y baja, según las necesidades.

Con un montón de miembros y de órganos, suficientes para vivir una vez más, para resistir, un momentito, a eso llamaré vivir, diré que soy yo, me pondré en pie, no pensaré más, estaré demasiado ocupado, en mantenerme de pie, en resistir de pie, en trasladarme de lugar, en aguantar, en llegar al día siguiente, a la semana siguiente, eso bastará, ocho días bastarán, ocho días en primavera, es estimulante.

Basta desear, voy a desear, a desearme un cuerpo, a desearme una cabeza, un poco de fuerza, un poco de coraje, me voy a lanzar, ocho días pasan rápido, después el regreso, este lugar inextricable, lejos de los días, los días están lejos, no será fácil. Y por qué, después de todo, no no, deja, no empieces otra vez, no lo escuches todo, no lo digas todo, todo es viejo, todo es lo mismo, decidido.

Hete aquí recuperado, soy yo quien lo digo, lo juro, mueve las manos, tócate el cráneo, el entendimiento está ahí, sin lo cual nones, a continuación la continuación, las partes bajas, son necesarias, y di cómo eres, dilo a ojo, qué clase de hombre, es necesario un hombre, o una mujer, toca a ver entre las piernas, no hay necesidad de belleza, ni de vigor, ocho días pasan rápido, no te amarán, no temas. No, así no, demasiado rápido, me he dado miedo.

Y después, para empezar, deja de jadear, no van a matarte, ah no, no van a quererte y no van a matarte, puedes aparecer en la alta depresión de Gobi, te sentirás como en tu propia casa. Te esperaré aquí, muy tranquilo, tranquilo por ti, no, estoy solo, solo estoy, soy yo quien se va, esta vez seré yo. Sé cómo lo haré, seré un hombre, es necesario, una especie de hombre, de niño viejo, tendré un aya, me querrá, me dará la mano, para cruzar, me soltará en las plazas, me portaré bien, me pondré en un rincón y me peinaré la barba, la alisaré, para estar más guapo, un poco más guapo, si pudiera suceder así.

Ella me dirá, Ven, Jesusito, es hora de regresar. No tendré responsabilidad, ella tendrá toda la responsabilidad, se llamará Nanny, la llamaré Nanny, si pudiera suceder así. Ven, mi vida, es la hora de la teta. Quién me ha enseñado todo cuanto sé, yo solo, cuando aún vagabundeaba, lo he deducido todo, de la naturaleza, con la ayuda de un todo-en-uno, bien sé que no, pero es demasiado tarde, demasiado tarde para negarlo, los conocimientos están ahí, brillan alternativamente, próximos y lejanos, guiñando sobre el abismo, cómplices.

Deja, hay que irse, de todos modos hay que decirlo, es el momento, no se sabe por qué. Qué más da, que nos digamos aquí o en otra parte, fijo o amovible, sin forma u oblongo como los hombres, sin luz o en la del cielo, no sé, parece que cuenta, no será fácil. Si continuara allí donde todo se ha extinguido, no, nada saldrá de ahí, nunca ha salido nada, por eso se ha extinguido también la memoria, una gran llama y después la oscuridad, un gran espasmo y después ni peso ni espacio transitable, no sé.

He intentado dejarme caer desde el acantilado, en la calle, en medio de los mortales, nada salió de ahí, he abandonado. Rehacer el camino que me trajo hasta aquí, antes de emprenderlo en sentido contrario, o de ir más lejos, sabio consejo. Eso es para que no me mueva nunca más, para que hable aquí hasta el fin de los tiempos, murmurando, cada diez siglos,

No soy yo, no es cierto, no soy yo, estoy lejos. No no, hablaré del futuro, hablaré en futuro, como cuando me decía, por la noche, Mañana me pondré mi corbata azul, con estrellas, y me la ponía, al acabar la noche. Rápido, rápido, antes de llorar.

Tendré un amigo, de mi promoción, una patria, un viejo recluta, reviviremos nuestras campañas comparando nuestros rasguños. Rápido, rápido. Sirvió en la marina, quizá bajo Jellicoe, mientras que yo tiraba a cubierto contra el invasor desde detrás de un tonel de Guinness, con mi arcabuz. Ya no tenemos, eso es, en presente, para mucho tiempo, es nuestro último invierno, aleluya.

Hay como para preguntarse qué acabará con nosotros. El pecho acabará con él, conmigo la próstata. Nos envidiamos, él me envidia, yo le envidio, por momentos. Me cateterizo yo mismo, con mano temblorosa, de pie en los urinarios, doblado en dos, al abrigo de mi capa, me toman por un viejo asqueroso. Mientras él me espera en un banco, sacudido por un acceso de tos, escupiendo en una tabaquera que apenas repleta vacía en la canal, por civismo.

Nos hicimos dignos de la patria, acabará por hospitalizarnos. Pasamos nuestra vida, es nuestra, deseando que un rayo de sol y un banco gratuito quepan en el mismo instante, en un oasis de césped público, hemos empezado a amar la naturaleza, un poco tarde, nos pertenece a todos, según en qué lugares. Sofocándose, me lee en voz baja el periódico del día anterior, más le hubiera valido ser ciego.

Las carreras de caballos nos apasionan, las de galgos también, no tenemos opinión política, aunque seamos ligeramente republicanos. Pero también nos interesamos por los Windsor, por los Hanovrienses, ya no sé, por los Hohenzollern quizá.

Nada humano nos es ajeno, una vez digeridas las noticias hípicas y caninas. No, solo, solo estaré mejor, irá más rápido. Me daría de comer, conocía a un tocinero, me haría tragar el alma con mortadela. Impediría con sus consuelos, alusiones al cáncer, recuerdos de inmortales borracheras, el desánimo de levantar su piedra. Y yo, en lugar de estar por entero ocupado en mis horizontes, lo que quizá me hubiera permitido echarlos bajo un camión, me dejaría distraer por los suyos. Le diría, Va, hombre, deja todo eso, no lo pienses más, y sería yo quien no lo pensaría más, embrutecido de fraternidad.

Y las obligaciones, pienso sobre todo en las citas a las diez de la mañana, hiciera el tiempo que hiciera, delante de Duggan, donde ya había mucha animación, los aficionados ya habían acudido para poner sus apuestas en lugar seguro, antes de la apertura de los chiringuitos. Éramos, ahora se acabó, tanto mejor, tanto mejor, muy puntuales debo decirlo.

Ver llegar los restos de Vincent bajo una lluvia violenta, con un balanceo involuntariamente alegre de viejo lobo de mar, la cabeza envuelta en un trapo ensangrentado, los ojos vivarachos, era, para quien tuviera vista, un ejemplo de lo que el hombre es capaz en su sed de placeres. Con una mano sostenía su esternón, con el dorso de la otra la columna vertebral, no, no son más que recuerdos, pretextos antidiluvianos.

Ver lo que pasa aquí, donde no hay nadie, donde no pasa nada, hacer que algo pase, que haya alguien, ponerle fin, hacer el silencio, andar en el silencio, o en otro ruido, un ruido de voces distintas a las de la vida y la muerte, de vidas y muertes que no quieren ser las mías, andar en mi historia para poder salir de ella, no, pamplinas.

Quizás al fin me crezca una cabeza toda mía, donde guisar venenos dignos de mí, y piernas para vagabundear, por fin estaría ahí, podría irme, es todo lo que pido, no, no puedo pedir nada. Sólo la cabeza y las dos piernas, o una sola, en medio, me iría dando saltitos. O sólo la cabeza, muy redonda, lisa, sin necesidad de lineamentos, rodaría, seguiría las pendientes, casi puro espíritu, no, no irá bien, desde aquí todo remonta, la pierna es necesaria, o el equivalente, algunas anillas quizá, contráctiles, con esto se va lejos.

Partir de delante de Duggan, una mañana primaveral lluviosa y soleada, con la incertidumbre de poder llegar hasta la noche, ¿qué pasa aquí que no marcha? Sería tan fácil. Estar oculto dentro de aquella carne o dentro de otra, en este brazo que aprieta una mano amiga, y en esta mano, sin brazo, sin manos, y sin alma entre almas temblorosas, a través de la multitud, entre los aros, los globos, ¿qué pasa aquí que no marcha?

No lo sé, estoy aquí, es todo lo que sé, y que aún no soy yo, con esto hay que arreglarse. No hay carne en ningún sitio, ni de qué morir. Deja todo eso, querer dejar todo eso, sin saber lo que eso quiere decir, todo eso, está dicho pronto, está pronto hecho, en vano, nada se ha movido, nadie ha hablado. Aquí, aquí no sucederá nada, aquí no habrá nadie en mucho tiempo.

Las marchas, las historias, no son para mañana. Y las voces, vengan de donde vengan, están bien muertas."

 (Samuel Beckett, Textos para nada, III)

 

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