Campo Santo, bien que podría tratarse de un libro deshilvanado, incompleto, en pocas palabras artificial o tramposo, es una obra absolutamente coherente y completa. Se divide en dos partes: Narrativa y Ensayo, precisamente los dos géneros por los que Sebald transitó con la maestría de quien hace desaparecer sus contornos, reformulándolos.
La primera parte –Narrativa- se compone de cuatro textos por los que la mirada glacial del autor se pasea por la naturaleza y el paisaje -tanto físico como imaginario- de la isla de Córcega. Cuando leemos a Sebald tenemos la sensación de que este mundo dista bastante poco de ser un cementerio a punto de disolverse en el éter.
Y aunque nos dice el autor que los habitantes de Córcega no dudarían en afirmar la particular condición de ciertas personas al servicio de los muertos, responsables de un reino de sombras que penetra toda nuestra vida, la lectura sus textos nos convence de la perfecta y vacua inutilidad de un posible retorno.
Y aunque nos dice el autor que los habitantes de Córcega no dudarían en afirmar la particular condición de ciertas personas al servicio de los muertos, responsables de un reino de sombras que penetra toda nuestra vida, la lectura sus textos nos convence de la perfecta y vacua inutilidad de un posible retorno.
El grueso del volumen lo constituyen sin embargo varios ensayos que habían aparecido con anterioridad en diversas publicaciones académicas y suplementos literarios. Aborda Sebald las figuras de Kafka, Nabokov, Chatwin –tan viajero como él-, Améry o Weiss.
Sus temas son los que van a dominar toda su narrativa, desde los inolvidables paseos ingleses de Los anillos de Saturno a la celebrada Austerlitz, esto es, la destrucción, la soledad, el desarraigo del hombre moderno y la necesidad de la memoria. En los últimos ensayos del libro asoma la figura del escritor que por entre las páginas de sus libros siempre pretendió mostrar sus más íntimas cartas literarias.
Es por ello que Sebald reconoce sentir la necesidad de una legitimación ante su patria, de no caer en la impostura. Sólo en la literatura, nos dice en sus ensayos este clásico moderno, demuestra honestamente toda su obra, puede intentarse la verdadera restitución.
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