Fundamental y sumamente influyente en gran parte de la música experimental de las últimas décadas, Tago-Mago, segundo álbum de Can, es absolutamente revolucionario en cuestiones compositivas y sonoras. Con Damo Suzuki en voz, tras la partida de Malcolm Mooney debido a una crisis nerviosa, este trabajo del quinteto alemán es también uno de los mayores referentes a la hora de hablar de krautrock, una de las más importantes corrientes musicales alemanas de los últimos tiempos.
El álbum presenta un trabajo realmente novedoso de Jaki Liebezeit, percusionista capaz de empujar a las canciones con una enorme fuerza funky y al mismo tiempo poseedor de una imaginación rebuscadísima y bien efectiva para estructurar y ejecutar sus arreglos.
También se puede encontrar una gama de efectos guitarrísticos amplia, colorida y muy personal, cortesía del grandioso Michael Karoli. Irmin Schmidt crea, con sus teclados heterogéneos, efectos y climas aterradores, opresivos, violentos. El bajo de Holger Czukay mantiene a la banda colgando al borde de un precipicio, con un sonido afectado de psicodelia, con cuelgues constantes que resultan el núcleo del horror psicológico, de ese pesadillezco torbellino de paranoia, que buscan contagiar los explosivos Can.
Otro punto particularmente interesante de la música de este Tago-Mago es con qué "facilidad" la agrupación consigue que confluyan en un universo coherente las influencias occidentales y ciertos matices tomados de la música experimental moderna de su país, desarrollada de la mano de tipos tan reconocidos -y de los cuales conozco tan poco- como Karlheinz Stockhausen.
Porque es difícil negar que en este Can hay ligeros elementos de blues, de funk; incluso de a ratos se siente una búsqueda por el lado de las jam bands. En este sentido, queda claro que los momentos más "norteamericanos" de Tago-Mago (como podría ser la notable guitarra de Oh Yeah, hija mutante de Duane Allman, Eddie Hazel y Phil Manzanera ,que, ya sé, es inglés) se sienten incómodos. geniales, pero incómodos.
Como si los Can necesitaran tomar esas ideas, ese feeling bluesrockero, y transformarlo; darle un sabor cerebral, distante, ácido. El elemento funk de este quinteto está increíblemente adelantado a su época: esa frialdad árida, algo nihilista, que tan bien logran las bases de Czukay y Liebezeit (podría nombrarse, como ejemplo, a la bestial Halleluhwah) recién volvería a ser explorada de la mano de conjuntos new wave como Gang of Four o Public Image Ltd., varios años después.
Todo esto, más nombres que también se dejan percibir en la música de Tago-Mago: Pharoah Sanders, Sun Ra, Fela Kuti. El afrobeat y ciertos aspectos del free jazz están acá, en porciones pequeñas pero claramente audibles.
De ahí que estos Can por momentos no resulten tan herméticos: tienen un corazón negro e hirviente que late entre todos esos efectos de sonido y la peculiar voz de Suzuki, que de a ratos ,y solo cuando las cintas no están pasadas al revés, hace acordar a un Jim Morrison mucho más imaginativo y perturbado. Pionero como muy pocos, da la impresión de que a este trabajo lo escucharon absolutamente todos los artistas con intenciones experimentales: desde Sigur Rós hasta los Throbbing Gristle, desde Massive Attack hasta Tortoise.
Tampoco resulta difícil imaginar a tipos tan disímiles como Brian Eno, Trent Reznor, Jim O'Rourke, Bill Laswell o Steve Albini dedicarles horas de sus vidas a Tago-Mago, en especial a esos enormes edificios abstractos, extremos, espaciales, precursores del post-rock y la música industrial, que son Aumgn y Peking O. Y está muy bien que así sea, porque acá, en todo este disco excelente, se encuentra parte de la música más innovadora, refrescante y desafiante de su época. Y de nuestra época también.
También se puede encontrar una gama de efectos guitarrísticos amplia, colorida y muy personal, cortesía del grandioso Michael Karoli. Irmin Schmidt crea, con sus teclados heterogéneos, efectos y climas aterradores, opresivos, violentos. El bajo de Holger Czukay mantiene a la banda colgando al borde de un precipicio, con un sonido afectado de psicodelia, con cuelgues constantes que resultan el núcleo del horror psicológico, de ese pesadillezco torbellino de paranoia, que buscan contagiar los explosivos Can.
Otro punto particularmente interesante de la música de este Tago-Mago es con qué "facilidad" la agrupación consigue que confluyan en un universo coherente las influencias occidentales y ciertos matices tomados de la música experimental moderna de su país, desarrollada de la mano de tipos tan reconocidos -y de los cuales conozco tan poco- como Karlheinz Stockhausen.
Porque es difícil negar que en este Can hay ligeros elementos de blues, de funk; incluso de a ratos se siente una búsqueda por el lado de las jam bands. En este sentido, queda claro que los momentos más "norteamericanos" de Tago-Mago (como podría ser la notable guitarra de Oh Yeah, hija mutante de Duane Allman, Eddie Hazel y Phil Manzanera ,que, ya sé, es inglés) se sienten incómodos. geniales, pero incómodos.
Como si los Can necesitaran tomar esas ideas, ese feeling bluesrockero, y transformarlo; darle un sabor cerebral, distante, ácido. El elemento funk de este quinteto está increíblemente adelantado a su época: esa frialdad árida, algo nihilista, que tan bien logran las bases de Czukay y Liebezeit (podría nombrarse, como ejemplo, a la bestial Halleluhwah) recién volvería a ser explorada de la mano de conjuntos new wave como Gang of Four o Public Image Ltd., varios años después.
Todo esto, más nombres que también se dejan percibir en la música de Tago-Mago: Pharoah Sanders, Sun Ra, Fela Kuti. El afrobeat y ciertos aspectos del free jazz están acá, en porciones pequeñas pero claramente audibles.
De ahí que estos Can por momentos no resulten tan herméticos: tienen un corazón negro e hirviente que late entre todos esos efectos de sonido y la peculiar voz de Suzuki, que de a ratos ,y solo cuando las cintas no están pasadas al revés, hace acordar a un Jim Morrison mucho más imaginativo y perturbado. Pionero como muy pocos, da la impresión de que a este trabajo lo escucharon absolutamente todos los artistas con intenciones experimentales: desde Sigur Rós hasta los Throbbing Gristle, desde Massive Attack hasta Tortoise.
Tampoco resulta difícil imaginar a tipos tan disímiles como Brian Eno, Trent Reznor, Jim O'Rourke, Bill Laswell o Steve Albini dedicarles horas de sus vidas a Tago-Mago, en especial a esos enormes edificios abstractos, extremos, espaciales, precursores del post-rock y la música industrial, que son Aumgn y Peking O. Y está muy bien que así sea, porque acá, en todo este disco excelente, se encuentra parte de la música más innovadora, refrescante y desafiante de su época. Y de nuestra época también.
01 - Paperhouse
02 - Mushroom
03 - Oh Yeah
04 - Halleluhwah
05 - Aumgn
06 - Peking O
07 - Bring Me Coffee or Tea
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