Treinta años de manicomio en manicomio, una leyenda negra de príncipe de los excesos y de poeta y personaje siempre al borde, y resulta que su biógrafo y sus psiquiatras dudan seriamente de que esté loco. Pero así es Leopoldo María Panero, un tipo inclasificable, un poeta más que cualquier otra cosa. Las claves de su obra y vida se pueden leer en El contorno del abismo, biografía de J. Benito Fernández.
El libro, cuenta en 400 páginas la vida, excesos y milagros de uno de los hijos más rabiosos y subversivos de la cultura española. El relato empieza en los setenta, cuando Panero (Madrid, 1948) es ya el excéntrico número uno de la vida nocturna madrileña; persigue al poeta en su viaje hasta París; visita las diferentes instituciones en las que ha estado ingresado durante 30 años y termina con la fuga del psiquiátrico de Mondragón, en 1995.
Fernández ha dedicado dos años al estudio, la hemeroteca y la suerte. No es fácil la investigación de una vida marcada por la locura y el alcohol, y contaminada por todo tipo de leyendas y maledicencias. Por eso, tal vez lo que más ha ayudado a este periodista gallego de TVE que se declara "admirador de los personajes raros", ha sido la suerte.
"Por casualidad, encontré a una persona en Ibiza que guardaba cientos de cartas de la familia". Había muchas de Leopoldo, pero también de ese "endiablado mundo familiar" que mostraron Jaime Chávarri en El desencanto y Ricardo Franco en Después de tantos años: algunas de su madre, Felicidad Blanc, "con quien mantenía una relación amor-odio aterradora"; otras de su padre, Leopoldo Panero, "injustamente llamado el poeta del régimen", y sobre todo, la correspondencia que el poeta mantuvo con el escritor Pere Gimferrer.
"Leopoldo lo consideró siempre su maestro, el maestro de toda su generación. Le consultaba todo, tenía una fe ciega en él", comenta.
Fernández ha dedicado dos años al estudio, la hemeroteca y la suerte. No es fácil la investigación de una vida marcada por la locura y el alcohol, y contaminada por todo tipo de leyendas y maledicencias. Por eso, tal vez lo que más ha ayudado a este periodista gallego de TVE que se declara "admirador de los personajes raros", ha sido la suerte.
"Por casualidad, encontré a una persona en Ibiza que guardaba cientos de cartas de la familia". Había muchas de Leopoldo, pero también de ese "endiablado mundo familiar" que mostraron Jaime Chávarri en El desencanto y Ricardo Franco en Después de tantos años: algunas de su madre, Felicidad Blanc, "con quien mantenía una relación amor-odio aterradora"; otras de su padre, Leopoldo Panero, "injustamente llamado el poeta del régimen", y sobre todo, la correspondencia que el poeta mantuvo con el escritor Pere Gimferrer.
"Leopoldo lo consideró siempre su maestro, el maestro de toda su generación. Le consultaba todo, tenía una fe ciega en él", comenta.
Hay además información extraída de varias docenas de entrevistas y de varios encuentros con el personaje y sus hermanos, Juan Luis y Michi (José Moisés), y todo ello da forma al retrato intimista de un novísimo derrotado y enfermo, y enseña un país inhóspito y opresor. "Hay silencios significativos", dice Fernández, que cree que los grandes amores del poeta fueron Ana María Moix y Eduardo Haro Ibars.
El libro corrige también errores provocados por editores descuidados: "Ni acabó Filosofía, ni fue a la Universidad Autónoma". Niega el malditismo del poeta. "Los malditos no hablan en la radio, no publican, no salen en la tele". Y duda abiertamente sobre su locura: "Saca dinero del cajero, se adapta a todos los auditorios, y tiene muchos ratos de una lucidez impresionante".
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