25.1.16

Paul Auster "La habitación cerrada" 1986 (La trilogía de nueva york) III

 

“No puedes saber lo que es verdad y lo que no lo es. Nunca lo sabrás”, le dice Fanshawe al narrador de La habitación cerrada, una de las novelas que conforman La trilogía de Nueva York de Paul Auster. Inmediatamente recordé las palabras de una profesora del instituto que consistían en asegurarnos que la ficción es ficción y punto. Que por más que el nombre del narrador sea el mismo que el nombre del autor, no es motivo para caer en dicha confusión.


Por supuesto que con esto no quiero desacreditar a la profesora ni poner en duda sus conocimientos, ya que siempre demostró ser una especialista en el tema, solamente pongo sobre la mesa la objeción que surgió en mi cabeza al leer estas líneas. De todas maneras, el narrador de La habitación cerrada no tiene nombre, no es esa la cuestión (o sí), es más bien una de las tantos debates que Paul Auster pone en juego a lo largo de su libro.

     La habitación cerrada tiene como protagonista a un escritor medianamente conocido que un día recibe una carta de la esposa de un amigo de la infancia, Fanshawe, pidiéndole que le ayude a encontrar a su marido desaparecido hace seis meses. Fanshawe es también escritor, pero en contraste con el narrador, no ha publicado sus trabajos. 

Antes de desaparecer le dice a su mujer que, de ocurrirle algo, contacte a su amigo de la infancia (el narrador y protagonista) para que él se encargue de  publicar su obra.  Poco a poco, el protagonista, tras aceptar la tarea que lePaul Auster - La Trilogía de Nueva York encomendaron, comienza a vivir la vida de Fanshawe: publica sus trabajos, se casa con la esposa de su amigo, adopta al hijo que ellos habían tenido, vive gracias a los derechos de autor que le consiguen los libros del desaparecido y termina por aceptar el encargo de escribir una biografía sobre él. 

Todo comienza, muy de a poco, a mezclarse de la misma manera con que se mezcla el buen lector con la buena literatura. Si es o no real, si es o no ficción, no es problema nuestro, que como simples mortales somos incapaces de juzgar; y en tal caso, creo yo, es cuestión de indagar en las sensaciones que se van apoderando de nuestra cabeza y nuestro cuerpo, de lo contrario deberíamos también calificar algunas cosas que aceptamos como reales y que podrían no serlo, y no hace falta que las enumere.

     El narrador comienza a buscar desquiciadamente a su amigo con el afán de acabar con su locura, de poder enterrarlo y regresar a vivir una vida normal, pero ¿es posible ser el mismo luego de leer un libro que nos resulta significativo?, ¿es siquiera posible ser el mismo a cada segundo que pasa? Al lector apasionado no le interesa encontrar el carácter real o ficticio de una obra, es más, ni siquiera lo tiene en cuenta, el problema, que se transforma en obsesión, aparece cuando las palabras son oscuras y no nos dejan ver, cuando sabemos que hay algo más a lo que no podemos acceder y por lo que daríamos la vida con tal de descubrir.

     El protagonista logra encontrar a su amigo pero nunca lo ve realmente, sólo habla con él a través de una puerta cerrada. Y esa sola idea, esa sola representación de la literatura, hace que valga la pena leer el libro.


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