La belleza de la escritura habitual de Iván Turguéniev cede paso en esta novela a la observación minuciosa y descarnada de los distintos personajes que pululan por ella. En Padres e hijos la naturaleza y la relación del hombre con ella apenas tienen importancia: lo que en esta ocasión interesa al autor es mostrar una sociedad en crisis que atraviesa un periodo de intensos cambios sin que los que están inmersos en ellos se den cuenta de la relevancia del momento.
Lo que Turguéniev pone de relieve en este libro es las contradicciones a las que estamos abocados (por nuestra inherente propensión a la debilidad sentimental) y la imposibilidad de ser fiel a unos principios con una visión inamovible. Bazárov es el exponente de un hombre convencido de sus ideas, firme y resuelto, orgulloso y displicente; sin embargo, después de su encuentro con Anna la certidumbre de sus ideas se tambalea: no es que ella le haga dudar de sus certezas, sino que el amor se presenta como un obstáculo que el joven no quería prever. La pasión amorosa no es importante en sí misma, sino que actúa como elemento perturbador de unas tesis: mientras Arkadi, por ejemplo, no duda en renunciar a sus ideales por el amor de Katia (la hermana menor de Anna), Bazárov cae en una lucha interior que se metaforiza en su infausto final.
Esas contradicciones se ejemplifican a lo largo de toda la novela mediante distintos personajes. Nikolái es un hombre bondadoso, un propietario generoso y atento a los cambios de su tiempo (el libro se ambienta a finales del siglo XIX, cuando la liberación de los esclavos era un tema candente en la Rusia zarista), pero al que nada parece salirle bien; su buen corazón provoca que le engañen, e incluso las mejoras que lleva a cabo en su propiedad no tienen las consecuencias que él espera. Arkadi, como hemos dicho, es un firme defensor del nihilismo de su admirado Bazárov, pero ante la inflexibilidad de éste y la aparición de Katia en su vida pronto deja eso atrás y se convierte en el digno heredero de su padre, en todo un terrateniente acomodado y sin proyectos de cambio en su futuro. En general, lo que se pone de manifiesto en la obra es la inestabilidad de nuestras convicciones, sujetas como están a emociones y sentimientos cuya fuerza supera todo lo imaginable.
Padres e hijos, con todo y con eso, no alcanza la belleza y majestuosidad de otras obras de Turguéniev. La caracterización de los personajes es bastante pobre: aunque casi todos se definen por sus palabras (los diálogos son constantes), el retrato que éstas ofrecen no es sólido ni veraz; más bien se roza el arquetipo en algunas ocasiones, como es el caso de muchos personajes secundarios como Katia, Féniechka o los padres de Bazárov. La pluma del ruso es magistral en la construcción de algunas escenas (como la del duelo entre Pável y Bazárov), pero no consigue mantener un tono a lo largo de las páginas y desfallece en numerosas ocasiones. A pesar de todo, la novela merece una lectura atenta sólo por la manera de abordar las dicotomías entre razón e ideales.
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