Para hablar de Dublinesca si hablo con un amigo, me siento más libre y no le cuento el argumento y le hablo, por ejemplo,que es una especie de paseo privado a lo largo del puente que enlaza el mundo casi excesivo de Joyce con el más lacónico de Beckett y que a fin de cuentas es el trayecto principal de la gran literatura de las últimas décadas: el que va de la riqueza de un irlandés a la deliberada penuria del otro; de la era Gutenberg a google; de la existencia de lo sagrado (Joyce) a la era sombría de la desaparición de Dios (Beckett), de lo epifánico a la afonía…
Para hablar de Dublinesca, según quién me lo pregunte, recurro a veces al estilo un tanto horrendo de esos escritores que acaban de ganar un premio mediático y explican de qué va su novela. Digo, por ejemplo: Mi libro narra el eclipse vital de Samuel Riba, un editor barcelonés que acaba de deshacerse de su editorial y se encuentra, en el ocaso de su vida, solo, vacío y aburrido; ha publicado a muchos de los grandes escritores de su época, pero en treinta años como editor no ha logrado encontrar a un solo genio…
Si le hablo al señor que se ha sentado a mi lado en el tren que va de Madrid a Barcelona y que quiere saber simplemente de qué trata mi novela le digo: “Trata de alguien que se aburre y quiere celebrar un funeral por el mundo (por su propio mundo también) y descubre que la ceremonia le permite tener algo que hacer. Es decir, encuentra su futuro en lo apocalíptico”.
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