Quedé con Auster para ir a comer a un restaurante de la Barceloneta, pero no le llevé ningún ejemplar de No soy Auster. Confiaba en que no se hubiera enterado de que el librito existía, pues no sabía muy bien cómo se lo tomaría. Pero en cuanto me vio, me dijo: “¡Ey, me han dicho que has escrito un libro que se titula No quisiera ser Auster ni espero serlo nunca porque nada me gustaría menos”.
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