12.10.19

Fernando del Val:Enrique Vila-Matas "Soy el que se desconoce" 2016

La primera idea fue rechazar el proyecto. Dominique Bourgois le había pedido que volcase por escrito su relación con otra dominique: Gonzalez-Foerster. Fue al darse cuenta de que no tenía por qué abarcar la obra casi infinita de la artista cuando lo tomó en serio. Conan Doyle hizo lo demás.Había quedado con DGF en el Museo Rodin de París. “Apuntó, o me pareció que apuntaba, que teníamos algo de Holmes y Watson. Era evidente que nos espiábamos en la distancia”. Él le pregunta en qué anda, y ella deja caer un concepto. “Le basta a ella decir: ‘Me ha interesado Marlene Dietrich’ para ponerme yo a funcionar”.
Las aventuras de Sherlock Holmes, el detective que se adelanta a los hechos, fueron detonantes. “Doyle era una persona adusta, incapaz de despertar interés. Sin embargo, creó un personaje fabulosamente divertido”. ¿Asociación encubierta? El rictus de su cara tira más a Watson; sea como fuere, el canon holmesiano le vino como anillo al dedo. La idea hamletiana de ver sin ser visto acompaña al autor desde Impostura -1984-. El espionaje es indisoluble a Extraña forma de vida -1997-. Doctor Pasavento -2005- no es sino la historia de un seguimiento a la rue Vaneau. 

Las treinta primeras páginas de Exploradores del abismo -2007- contienen tres asociaciones de escritor con espía. En Fuera de aquí -2013- se arroga la paternidad de un libro inexistente, El espía de la calle Lisboa, atribuido años atrás a un autor ficticio: Manuel Cunha; y reivindica el ejemplo de Bufalino, el personaje de Hawthorne que abandona hogar y mujer para irse a vivir enfrente, a contemplar en secreto lo que ocurre en su casa y en el barrio durante los veinte años que piensa estar desaparecido.

 En Kassel no invita a la lógica -2014- refiere que John Millington Synge estuvo cinco veranos espiando a sus vecinos, y elaboró un libro de antropología con lo recopilado; y no le duele señalar, como autor: “Me dedicaba a espiar de qué hablaba un casi centenario matrimonio alemán sentado a mi lado”, o: “Sentado en aquella terraza del café, desde mi posición privilegiada de vigilancia”. Sirvan estos casos sin ánimo exhaustivo. Yo mismo, antes de alcanzar el barrio del Coyote, donde vive, espié su calle Rimbaud, que ya no existe, y no se lo pienso contar. Un rumor lejano de lápidas eran estrellas fugaces.

“Las lecturas y el mundo con que trabajo no entienden de nacionalidad”

En la encarnación de Marienbad eléctrico -2016-, Enrique Vila-Matas ha espiado, por primera vez, sin ocultarlo; sabiendo que la otra persona sabe; seguramente radica ahí el giro de tuerca. Pero ni así evita sentirse desazonado, “como un detective ansioso”.

Marienbad es un libro con el que no contaba. “Me viene bien añadirlo al mundo de Kassel para ese que no quede aislado, pero no es la continuación”. Marienbad dispone de una extensión no asimilable a la novela, escapa de nuevo a clasificación genérica e incluye media docena de imágenes a toda página, relativamente conexas, con una leyenda al pie. La clave está en Breton. “Me gusta el misterio de Nadja -1928-, con esas fotos parisinas despojadas de interés y calidad incierta. 

En alguna reseña han hablado de Sebald. Me gusta, pero no era la intención. En el fondo, Sebald hace nadjas… no hay nada original”. El volumen lleva medio año en librerías argentinas, mexicanas y parisinas y no ha llegado a España; por unos meses, tiene más obra editada en Francia. Está a gusto al cobijo de editoriales independientes en estos países porque percibe que su tipo de literatura encaja mejor con el público que acude a ellas. No tiene que ver con no ser autor español, aunque “es cierto que en Madrid triunfa un realismo centralista del que me siento lejos, y las lecturas y el mundo con que trabajo no entienden de nacionalidad”.

-No tiene que ver con la mejor recepción de su obra fuera, desde aquel 85 en que Historia abreviada de la literatura portátil es traducida al italiano y obtiene una acogida sin igual en México.

-Lo de Historia abreviada nunca se ha contado, yo me acabo de enterar. Anagrama estaba cobrando prestigio en Latinoamérica, quizás sea la única editorial española en conseguirlo. Sigue siendo perceptible en México, Argentina, Chile, Perú,… Son libros caros, pero interesan. Y mi libro salió en su catálogo, eso para empezar. Para seguir, coleccionó 27 reseñas en tres meses, hicieron de él un boom. Estaba al tanto de que Christopher Domínguez Michael, el mejor crítico mexicano, entonces muy joven, escribió una reseña, la primera, en la revista Vuelta. Pero desconocía que luego ¡llegaron 26 de otros críticos y en muy poco tiempo!

-Al revés que en España.

-Aquí la vieron como algo exótico y ligero, la calificaron de “light” en medio de la narrativa tan seria y profunda que hacían los autores mesetarios. No concordaba con la nueva narrativa española, centrada en contar historias.

A la carestía del libro importado se une el desinterés hacia la literatura española. La primera vez que lo comprueba es hace dos años en Palermo, Buenos Aires, la zona, dicen, con mayor ratio de cafés y librerías del mundo. Como el tiempo pasa y la situación no prospera, decide acudir a pequeños sellos autóctonos. “Tengamos en cuenta que en España hay un desinterés secular hacia su literatura, considerada menor, como venida del Nuevo Mundo”.

-¿Y cómo valora el caso Bolaño?

-Volvimos a hacerlo mal. Llegó tarde, cuando la repercusión a nivel mundial era imparable, no sólo en Estados Unidos y Latinoamérica. Se le recibió con recelo, como a un intruso, y, a pesar de que al final consiguió lectores, el mundo oficial lo sigue despreciando. Los consagrados no le han dedicado palabra.

-¿Es posible hacer una obra de arte que no lo sea?

-Dominique no pretende hacer arte. Me da la impresión de que pertenece al mundo de Duchamp igual que yo pertenezco al de Borges… al que no leo, pero leí y, por eso, está presente. Salvo que seamos un nuevo planeta, como Kafka, que no viene de nadie -aunque quizás viene de Dickens-, todos pertenecemos a alguna esfera. Las pretensiones de Dominique son discretas, monta sus instalaciones sin decir soy artista… Duchamp aludía a que artista viene del concepto medieval de artesano, de la persona que hace cosas.

-Quizás respondió al momento histórico.

-Sí es verdad que en aquella época el papel del artista estaba sobrevalorado. El creador era un dios, me refiero a Francia… aquí nunca ha sido ni medio reconocido.

-Para ocultarse, ¿es necesario que alguien te esté buscando?

-Para ocultarse… alguien te ha de haber visto antes, eso por lo menos.

-También puede ocurrir lo que a Pasavento: creer que te van a buscar y que no haya nadie.

-Ahí se me convirtió la novela en algo inesperado: el problema de Pasavento era de soledad. Quería urdir la historia de alguien que desea desaparecer y no preví  que nadie iba a preocuparse por él.



“No he hecho más que revivir a autores para otorgarles una personalidad distinta”

-La desaparición en su obra es polisémica. Se ocultan los personajes, el argumento, la propia escritura,… No sé si comprende una desaparición preventiva, contra alguien que ni siquiera nos conoce.

-También. Es una conducta ante la vida. En el fondo, es prepararse para la muerte. Hace años empecé a prepararme para la Gran Desaparición, a ocultarme e ir tanteando el camino. Sé que dispongo, como todos, de un número limitado de años, cada vez más limitado. El que mira a la cara a la vida, ve a amigos y familiares borrarse en la niebla. Cada uno se enfrenta a la muerte como puede. La paradoja es que Dominique en este momento lo que está haciendo sean, precisamente, apariciones… las llama así… No explico en el libro en qué consisten, pero las cito. 

Aparecen escritores que son ella. Se transforma por medio del maquillaje. Hace poco se convirtió en Poe. La vi apoyada en una pared de la biblioteca del Museo de Arte Moderno de París. No avisa. Mis desapariciones han llevado a sus apariciones, en parte porque le expliqué que había visto a Rimbaud en el Puente de las Artes. ¡Era idéntico! Estaba muy drogado, debía de ser un joven parisino. Me pareció que nadie le veía salvo yo, y que los escritores muertos reaparecen en lugares especiales, sin ser reconocidos por la mayoría, para dar un toque de atención a la minoría. Es algo que me toca de cerca: en mis páginas no he hecho más que revivir a autores para otorgarles una personalidad distinta, en la línea de Marcel Schwob en Vidas imaginarias -1896-.

-En esa obra, las biografías resultantes, ¿son atribuibles a Schwob o a los propios personajes históricos?

-Lo fácil sería atribuírsela a Schwob. En realidad, la responsabilidad está compartida. Algo hay en ellos que permite la mutación. Lo fundamental es que los personajes cuentan con una segunda vida, y esa segunda vida literaria no la borra una biografía al uso. En mi escritura, Robert Walser es otro, pero su figura permanece. Hablo de él, no de otro; aunque apenas sepa nada de él.

-Ha dicho que Dominique no anuncia las apariciones ¿A usted se las adelanta?

-Estoy advertido de que habrá el mes que viene, coincidiendo con los tres últimos días de la retrospectiva del Pompidou... Así me lo ha dicho: “Habrá apariciones…”.

-Suena a amenaza, ¿va a ir?

-No me lo permite el médico [silencio] Coincide con una revisión que vengo posponiendo seis meses, y no puedo relegar más.

-Aparecerá en la consulta.

-Será una aparición discreta. Antes lo haré en París, para que vea que no me arredro, sin que Dominique me espere. Mi equipaje estará prácticamente compuesto por una llave.

-…

-… Tengo la llave de la puerta 19.

-O sea, usted mismo forma parte de la instalación, es un autor-personaje.

-Ella se fijó en mi interés por la habitación única y ha optado por colocar una para mí que imita la de un hotel. Previamente, yo le había sugerido exponer a Rimbaud en la habitación que montó en el Palacio de Cristal de Madrid.

-¿Cuándo le hizo entrega de la llave?

-El día de la inauguración, en público. Me dijo: “Entra si quieres… igual no te gusta lo que ves”. Y desapareció. La abrí sólo una vez y me traje la llave a mi casa de Barcelona.

-¿Qué vio?

-… detrás de la puerta, había otra puerta… para la que ya no dispongo de llave. Cerré y me fui sigilosamente, como si no la hubiera abierto. Ahora sueño con volver a París y deslizarme hacia la habitación. No me extrañaría encontrar algo distinto, Dominique no descansa.

-¿El diálogo entre los dos es continuado?

-A veces pasa tiempo sin que haya el menor contacto. Pero una respiración invisible nos une. En cuanto una de las dos partes habla, la otra se pone en funcionamiento. En el último mensaje, me adjuntó una foto del Príncipe negro de Paul Klee, desde Dusseldorf, descolgado, en el suelo. Evidentemente, está respondiendo a ‘Rosa Schwarzer vuelve a la vida’.

-¿Usted estuvo en Dusseldorf?

-Sí, en 1989. El texto nació de la visita al museo. No levantaba la mirada del cuadro y la vigilante, que llevaba un rato inquieta, me advirtió de que, si me acercaba más, corría el riesgo de hacer saltar la alarma. Mi traductor me lo tradujo así: “Dice que vive alarmada”. Se explicó mal en español el traductor, pero fue genial. Al salir anoté en una tarjeta-postal que le regalé a él: ‘Hacer un cuento sobre mujer alarmada y Príncipe negro’. 

Tantos años después, me encuentro con el cuadro descolgado… y me pregunto cómo lo habrá logrado sin hacer saltar la alarma; ¿o saltó?... ¿Debí hacer yo en su día que sonara?... Dice Paula [de Parma] que los artistas me estimulan, me ponen en movimiento... y es verdad. El escritor pasa mucho tiempo solo, lleno de dudas. Colaborar está bien para, entre otras cosas, escapar del encierro.

-Esa respiración invisible, así como sentirse guiado por una fuerza denotan cierta espiritualidad.

-La idea de sentirse guiado le puede pasar a bastantes personas, creo. Adoro un cuento de Philip Dick en que sale una Oficina de Ajustes, que es una zona del cielo desde la que se mueve a los personajes hacia zonas de interés, previniéndoles de situaciones destempladas. A veces tengo la sensación de que trabaja en mí y me lleva a situaciones insólitas. Cuando alguien está conmigo y ocurren cosas extrañas, explico: “Es que arriba hay una Oficina de Ajustes”.

-Ajustes necesitarían los lectores, o, por mejor decir, los no-lectores. Ayer leí que la venta del libro electrónico, que era baja, ha caído. Ya ni siquiera es problema del soporte. Habrán fallado todos los eslabones -editores, críticos, distribuidores, libreros, escritores…-, pero, sobre todo, la gente, sencillamente, no lee. Advierto una actitud hostil ante la lectura, un mohín como de asco en quien me ve por la calle con un libro.

-Hace quince años estaba asentada la noción de que escribir era una tarea respetable. Eso ha desaparecido. No hace mucho salió el tema en la tertulia de los domingos, a la que acude, entre otros, Juan Marsé. Compartimos el diagnóstico de que casi existe desprecio. Te preguntan cómo lo haces para ganarte la vida… esas preguntas no se oían desde hace cuarenta años.


“Europa es un mundo acabado, de vuelta”

-En Dublinesca -2010- dice que, si se le exige talento a un editor y a un escritor, también habría que exigírselo a lector. Propone un contrato moral.

-Según las encuestas, el cincuenta por ciento del país no ha leído un libro nunca, no hacen falta muchas luces para darse cuenta de que así es. Leer bobadas encuadernadas no es leer. Cada vez dudo más que el lector de nuestro país quiera firmar un contrato de ese tipo. Kassel marchó mejor en Italia que en España debido a su tradición cultural. El país será caótico, pero siempre ha valorado el arte. De Francia, ¿qué decir?, siempre se ha leído allí. 

Se nota diferencia con lo que ocurre en el entorno: Inglaterra, Portugal, Alemania… Y eso que en Europa la lectura está de capa caída. América es otro mundo: Coetzee acaba de volver de Argentina y ya ha visto cómo ha comentado los debates culturales que presenció. En América carecen del escepticismo europeo.

-Lo habrá comprobado en Guadalajara, México, de donde acaba de venir.

-Una vez más. En lugar de desconfianza, encuentras pasión. Lo confunden, o lo quieren confundir, con ingenuidad; es entusiasmo ante la cultura, llanamente. El público anota los libros que citan los autores en las mesas. Eso aquí no se ve. Europa es un mundo acabado, de vuelta, que no encuentra nada interesante.

- Conducta que lleva a la muerte, a la extinción.

- Del todo. Para vivir hace falta entusiasmo, y para ir adelante es necesario encontrar sentido en las cosas. Coppola decía hace poco en un artículo que al cine actual le falta la pasión de los pioneros. Los pioneros hacían arte; sin saberlo, vale, pero ahí estaban, inventando formas. La comercialización hizo desaparecer con el tiempo lo artístico, pero, en su momento, estaban investigando, que es lo que se debe exigir a un artista. 



“Arrastramos un problema de educación y cultura desde hace siglos; ahora está peor que nunca, desde luego”

- En Guadalajara, hace unos años, se realizó una encuesta entre la gente del libro para estimar el número de lectores que hay en España. El resultado fue entre cinco mil y diez mil.

- Yo dije que había muy pocos y me criticaron en internet.

- Le iba a preguntar si no le parecían cifras optimistas.

- Mi cálculo fue entre tres mil y cinco mil. Hace años recuerdo que un hombre me preguntó y le trasladé mi visión del estado de las cosas. Lo deprimí. “Pero, ¿qué le has dicho?”, me preguntaron, al verle marchar. Era el director de Círculo de Lectores, yo no lo sabía. Acababa de salir en Anagrama una biografía de James Joyce y pronostiqué que, tirando por lo alto, no encontraría más de tres mil lectores. 

Que una biografía potente sobre una figura clave en la literatura del XX no encuentre más de tres mil lectores en un país que supera los cuarenta y seis millones de habitantes… es deplorable. Refleja una salud mental funesta. Arrastramos un problema de educación y cultura desde hace siglos; ahora está peor que nunca, desde luego.

- Lo positivo es que el libro tradicional resiste.

-Pero, ¿quién va a comprar el otro y para qué? El triunfo del libro impreso sobre el digital es lógico. Qué exageración: páginas y páginas sobre el fenómeno en los periódicos más importantes Páginas dobles y triples para anunciar la llegada el libro ese… que, además, iba contra el sector de la prensa… Páginas vestidas de información objetiva y era pura presión comercial...

-La segunda etapa de su carrera, fundada sobre las columnas de Porque ella no lo pidió, da paso a Dublinesca. Se aprecia un cambio. Nunca una novela suya va a ser convencional, pero ésa y Aire de Dylan -2012- se ven distintas, más entendibles aun conteniendo cargas de profundidad simbólicas. ¿Fue premeditado?

-No, no lo fue. Estoy de acuerdo: Dublinesca no es un libro mío. En Aire de Dylan… el tema era el fracaso… y fracasé. Igual lo necesitaba. Hay quien la defiende… hombre, tiene su gracia, igual algún día se ve con otros ojos. Pero reconozco que me reencuentro en Kassel.

-En aquel momento pensé que se había producido una especie de pérdida de inocencia. Controlaba demasiado la trama, casi se traslucía la carpintería.

-En Dublinesca lo que sucedió es que, por primera vez, me propuse escribir una novela, y hay que reconocer que lo conseguí. Pero el ángel no está en ninguno de los libros que cita. Lo admito encantado. No influyó el cambio de editorial: no descuidé mi empeño de no traicionarme. Es más: Dublinesca arrancó estando todavía en Anagrama. Cuando tienes una obra tan larga, sucede lo que con un equipo de fútbol: no siempre juegas bien. Al menos a eso alude Luis Enrique cuando el Barça empata o pierde…


“Mi intento constante ha sido innovar”


-Pamuk ha dicho que si de algo se arrepiente es de no haber sido más radical en la literatura.

-Siempre piensas por qué no haces el libro de tu vida, ese que tienes dentro y no sale. Si supiera sacarlo, lo haría. ¿De qué circunstancias depende? No sabes. Mi intento constante ha sido innovar. Tres de mis cinco primeros libros son malos. Después sigue habiendo obras sin ventura, pero con cierto donaire: Lejos de Veracruz -1995-, por ejemplo, que está bien sin más. Ahí no se apreció mi caída porque ya estaba en el suelo. El peligro surge cuando enlazas un par de obras o tres de entidad. Si me equivocase ahora se notaría mucho. Y no faltaría quien se alegrara: “¿Ves?, ya decía yo que no valía, lo que pasa es que lo han encumbrado”. No estaría mal que ocurriera para verlo.


“En mi escritura siempre he tendido puentes con el pasado”

-Vamos a un asunto importante. Ha dicho que el verdadero tema de Bartleby es “la cuestión más relevante de la Modernidad: quién soy yo para escribir, quiénes los otros para leerme”. En la parte más líquida de la posmodernidad las preguntas cambian a ‘quién no soy yo para escribir’, se iguala a autor y a lector, y se abandonan las jerarquías. En el lío montado entre modernidad y posmodernidad, conceptos porosos, ¿dónde se sitúa? ¿Se puede ser posmoderno, de acuerdo con la sociedad, al tiempo que moderno, defendiendo los valores fuertes: historia, realidad, verdad,…?

-Leyendo su entrevista a Javier Cercas en Turia me acordé de David Foster Wallace, concretamente de aquella respuesta que dio en una entrevista y en la que yo también me había fijado: “Volvamos un poco a Dostoievski, no seamos tan ultramodernos”. Estoy de acuerdo. En el fondo, yo siempre he trabajado con los libros clásicos de mi biblioteca. Modernos, pero clásicos. 

En mi escritura siempre he tendido puentes con el pasado y recuperado autores y conceptos abandonados entre renglones. No es una carrera desenfrenada hacia delante. Me dejo llevar sabiendo adónde voy y de dónde vengo, y, sobre todo, adónde no quiero llegar. Estoy conectado con lo clásico más que con la vanguardia, en realidad. Aunque hay libros de vanguardia que se han hecho clásicos y, por tanto, también los trabajo. No todo vale igual, por favor; eso es lo que venden los productores de basura literaria.

-La contraportada de Aire de Dylan decía que se trataba de “una implacable crítica contra el posmodernismo”, advertencia retirada a partir de la segunda edición.

-Pedí yo que fuera retirada. Era una frase que no se compadecía con el contenido real del libro. Además, estaba en un sitio demasiado visible. El resumen que hicieron de la novela tampoco acabé de entenderlo.

-Fue plenamente moderno justo en la anterior, Dublinesca, donde reivindicaba la resurrección del autor.

-Ahí habría tenido más sentido la exhortación. En Aire de Dylan despistaba. No controlas el marketing: fajas, contraportadas, dossiers de prensa… te encuentras con cosas así y qué haces. Yo defiendo lo que hay dentro.

-Corre la especie de que son los autores quienes redactan solapas y demás.

-En Anagrama les pasábamos algo que después se supone que ellos mejoraban. Cada vez se estila menos y no por afán editorial, sino debido a las miserias de la promoción, o sea, persiguiendo optimar la venta. En algunas editoriales llegan al punto de marcarte los temas que entienden de interés antes de que se produzca la primera entrevista, para que te adecues a esos puntos marcados ante los periodistas... Casi te obligan a construir un relato suyo. Con Marienbad he participado en la contraportada de la edición española y he podido así  aclarar que fue un encargo, cuestión importante.

La promodernidad de Enrique Vila-Matas queda patente en las recomendaciones que realiza cada treinta días en su web. Hace un par de meses se fijó en Una revolución de la mente, de Jonathan Israel, dedicado al pensamiento radical que prorrumpió en segunda mitad del siglo XVIII. De nuevo, las ideas fuertes. 

Ha estado con Spinoza, ha vuelto sobre libros que conocía de Diderot y a otros en los que no se había internado –El sobrino de Rameau-. “Naturalmente, con el tiempo te abres no sólo como lector, sino como autor, desde el propio sentimiento de creación literario”. Lo que no le impide seguir descartando cajones literarios, la novela policiaca por ejemplo. ¿No le interesa a él… o habría que especificar que no le interesa a su mundo? 

Reconoce que hay buenas novelas negras, pero, al contrario de lo que le sucede al común, le resultan un rollazo. De manera equivalente, descarta cierto tipo de poesía sin tensar... así como cuadros, músicas, películas, esculturas, programas televisivos… da la sensación que aceras, farolas, pantalones, servilletas de bar... “En seguida sé si algo es para mí”. El autor pesa sobre la persona… ¿O es la persona la que determina los gustos del autor? Ser fiel a uno mismo es ser fiel al mundo que te habita.

Para dar a conocer lo que piensa, recurre a Piglia: ‘A un autor se le conoce, más que por lo que acumula, por lo que descarta’. Y esas decisiones las toma en la vida, no en la obra, aunque repercutan en la obra. Hay que negarse a cosas que pudieran ser atrayentes; lo contrario está al alcance de cualquiera.

Dentro del pensamiento de los últimos cincuenta años, escoge autores de talante crítico e ilustrado, demostrando que en la posmodernidad hay una modernidad escondida. No en vano, a Guy Debord, de quien suscribe su lema No trabajéis, se le debe La sociedad del espectáculo, un latigazo contra la frivolización contemporánea. Barthes, etapas y contradicciones aparte, no es menos sesudo. Vila-Matas está frente al sistema sin parapetos. “Hay que decir la verdad”. Y a fe que la dijo el 28 de noviembre de 2015, en el discurso de aceptación del Juan Rulfo. 

Aquel ataque abovedado contra la industria editorial lo tituló ‘El futuro’. El sector del español en el mundo, al completo entre el público. Una periodista mexicana le alabó la valentía. Más graciosa fue la admisión de Rodríguez Marcos en El País: “Naturalmente, nadie se dio por aludido”. Consciente de que es en la cita donde se puede, y debe, ser verdaderamente original, recurrió a Levrero para explicar la procedencia de la destrucción de los escritores, y, con ella, la de la propia escritura: “Se deprimen –indica- porque no toleran la idea de tener que vivir en un mundo estropeado por los imbéciles”. Había comenzado: “He venido a hablarles del futuro. Supongo que del futuro del libro (…) Mi biografía va del nacimiento del rock and roll  a los atentados de este noviembre de París”.

-Igual aplaudieron.

-Efusivamente. Creo que no escucharon. Mientras hablaba, debían de estar pensando en sus cosas. Los disculpo. Lo cierto es que todo lo que la industria editorial encuentra pesado, reflexivo o literario, lo aparta: en realidad no soporta la literatura. Utilicé el discurso como un manifiesto. La sociedad del espectáculo es irritante. Me molestan los que se autodenominan antisistema y están en el sistema, pasándolo bien, y hablan de montar –o montan- pequeñas editoriales ajenas a presiones comerciales dentro de multinacionales. Queda muy bien, pero es hipócrita. Yo no juego a eso.


“Escribir es un psicoanálisis”

-A partir de la escisión del yo, ¿conocerse es desconocerse?

-La idea es que no sé quién soy. Nadie sabe quién es. A partir de ahí, operan la incertidumbre y la angustia; más la duda de si es mejor no saberlo. La práctica literaria me lleva a desconocerme, efectivamente, pero, al mismo tiempo, me lleva a pensar; y en ese proceso se construye mi personalidad. Es positivo desconocerse, por tanto. En la poesía hay desconocimiento. Soy el que se desconoce, podría decir. Gracias a ello, mi vida cuenta con una firmeza que no tiene la del que cree conocerse. 

Escribir es un psicoanálisis: mientras lo haces –no antes ni después- surgen ideas impensadas, surgen ellas solas. Son la famosa inspiración, que no obedece al procedimiento normalmente atribuido: la inspiración no entra de fuera, sino que sale de dentro. De lugares inesperados, de asociaciones mentales… La inspiración te lleva a lugares que no conocías que están dentro de ti.

-Y le hace salir de usted.

-Me hace salir, sí, sí… Si al final no sales de ti, no consigues nada.

-¿Ha sentido la tentación de registrarse bajo otro nombre en un hotel?

-No es necesario, la realidad me inscribe bajo otro nombre cuando llego. Todo está en el Quijote. Don Quijote es alguien que quiere ser otro; esa es, básicamente, la historia de la ficción. Después de publicar Impostura me dijeron que mi tema era la identidad... Yo sólo quería contar una historia, y me desvié. En los desvíos, como en los callejones sin salida, encuentro el camino.

-Usted es otro dentro del arte. ¿En la vida personal necesita solidez?

-Con mi exterioridad juego. Me puedo presentar diferente, a riesgo de no ser entendido. En la vida personal, en efecto, soy yo: no se puede llevar una máscara todo el rato. Lo comprobé, de joven, en la casa de Dalí, en Cadaqués. Entré acompañado de un amigo común y me dediqué a observar… Era un señor normalísimo, como de Figueras. Pero, ay, en un momento, la criada anunció la llegada de una periodista venida de París… ¡y vaya números empezó a montar!… pasó a ser otra persona, otra persona que estaba dentro de él; no la inventaba. Son las dos vertientes. Normal que se diga que Dalí fue uno de los últimos grandes artistas.

-Dicen que Arrabal estaba esperando -en París- a un periodista procedente de Nueva York y cuando llamó desde abajo, procedió a quitarse la ropa para recibirle desnudo. Creíble: a Juan Carlos Soriano, en mitad de una entrevista en El Ojo Crítico, le espetó en directo: “En este libro me muestro tal como estoy ante usted: completamente desnudo”.

-Pues yo siempre había tenido la impresión de que Arrabal en privado tenía que ser parecido a como se muestra en público. Igual sus momentos de normalidad son una performance…

-Lo que veo es que siempre acude bien acompañado a las casas. A Marguerite Duras llegó mediante un procedimiento semejante.

-Todo es casual.

-La Oficina de Ajustes…

-Es la Oficina. Michi Panero me había presentado a Adolfo Arrieta y a Javier Grandes, tío de Almudena, pintor y torero, personaje genial. Los dos vivían en París, se dedicaban al cine y a reír. Yo fui porque me sentía en una encrucijada: deseaba independizarme y en Barcelona no tenía donde caerme. La primera casualidad fue que a Grandes le hubiera alquilado una buhardilla Duras. La segunda, tropezar con ella por la escalera al llegar yo. Yo nunca he buscado nada. Aparte de que si trabajas una cosa lo probable es que no te salga o te salga mal: acuérdese de Umbral cuánto quería entrar en la Academia y nada.


“La Academia no me produce más que desgana”

-Bonald también lo ambicionó. Perdió dos votaciones.

-Normal. Es lícito, pero puede frustrar. Se da la paradoja cruel de que lo que tú anhelas, otro lo desprecia. A mí me ofrecieron un sillón en la Academia dos veces y no acepté… Lisamente, no me veo, tendría que desplazarme desde Barcelona… Todavía siendo de Madrid… pues, de camino a un café, te dejas caer por allí; no deja de ser una tertulia. En la distancia no me produce aquello más que desgana.

-Hombre, y usted pertenece a la vanguardia; los impresionistas se situaban contra el arte de academia; los cineastas de la Nouvelle Vague, ídem de lienzo…

-Entré cuando me fue concedido el premio de la RAE y no le digo lo que vi, pero era poco atractivo... Herralde, mi editor entonces, me preguntaba por qué te niegas; supongo que deseaba mi bien… “Es que no voy a ir nunca, no puedo aceptar”, y respondía con gracia: “Pero si no vas, no te van a enviar a la Guardia Civil”.  Conozco muchos escritores, pero pocos académicos, lo digo sin retintín: tengo muy pocos amigos tras esos muros. Cada vez aprecio más compartir un rato tranquilo con gente que me es cercana… soy un hombre de Figueras.

-¿Por qué no ha hecho más cine?

-No puedo con más actividades: me ha costado muchísimo escribir. Si quieres hacerlo mínimamente bien, cuesta, no nos engañemos. Es tarde para tomármelo en serio.

-¿Ni cortometrajes?, trabajos que no requieran un aliento largo. Sospecho que le surgen ideas.

-Procuro tener los pies en el suelo, igual que con la poesía. Tampoco me siento capaz de ella. Soy muy lector, me gusta y la respeto, pero, o se hace bien o para qué… y yo no la haría bien. Saberlo me relaja: desaparece la competitividad con los poetas y leerlos se convierte en una actividad relajante. El cine que me gusta proviene del underground de los sesenta, haría trabajos experimentales, como DGF, pero tendría problemas de producción.

-¿Cómo consiguió producción para Fin de verano -1970-?

-Por vía familiar. Mi padre pagó la cinta y, después de un pase privado, me retiró con buenas maneras el apoyo. Cuando vi su cara supe que mi carrera había terminado. “Si no he entendido mal, la película habla de la destrucción de la familia”. “Sí, ese es el tema”. “Pues entonces tendrás que seguir solo por ese camino”. La presenté al Festival de Benalmádena, queda clasificada la última en la votación de los críticos, y todo ahí se acabó.

-Una escena me recuerda las recetas caníbales de Topor: el invitado se dispone a cortar un dedo de la sirvienta para comérselo. ¿El guion estaba planificado?

-Qué va. Eso se me ocurrió la mañana en que lo rodé. Cada mañana, al despertar, escogía a los actores -entre amigos veraneantes de Cadaqués- y el escenario. Y todo, en plano secuencia.

-El plano secuencia se ha puesto de moda con el digital.

-Antes era muy delicado. En mi caso se debía a la precariedad: no sabía montar. Me ayudó Xavier Miserachs. Fue un lujo contar con él en la fotografía, logramos imágenes extraordinarias. Descubrí que para ser director de cine apenas hay que saber nada, basta con tener un buen director de fotografía. Y Xavier Miserachs era increíble.

-Para ser director de cine hay que tener la idea.

-La idea y el sello. Por lo demás, con un equipo adecuado basta.

-En el libro cita unas cuantas películas: Fitzcarraldo -1982-, de Werner Herzog; India song -1975-, de Marguerite Duras; Film -1965-, de Beckett; Tokio-Ga -1985- de Wenders; Vive l’amour -1994- de Tsai Ming-Liang; y The last film -2008-, de DGF. Son películas de artista, de escritores, por las que se camina. En Marienbad eléctrico se pasea pero no tanto como en El año pasado en Marienbad -1961-.

-No tengo muy claro ni siquiera si se pasea… sí, bueno, hay cambios de escenario… Podría precisármelo mejor usted, que la acaba de leer. Está escrita fragmentariamente y sin corregir, en estado de felicidad. La hice en un mes y… tenía que haber sido más corta. He de echarle un ojo antes de enfrentarme a las entrevistas.

-El año pasado es como un baile, no hacen otra cosa que moverse por los pasillos del balneario y por los jardines.

-Están siempre en dos planos, como en La invención de Morel -1940-. Viene a ser la relación que mantengo con Dominique. No puedo relajarme y ser un amigo manso. Cuando hablamos es como si estuviéramos trabajando, no lo explicito en la novela pero es la idea. Varias personas amigas me han preguntado quién es ella. No la sitúan en mi vida. Está desaparecida. Con ella paseo también por correo electrónico.

-El paseo es un núcleo de su obra. En Kassel  se practica con profusión. ¿Es capaz de hacerlo mentalmente? Cuando estuvo ingresado a causa del colapso físico, por ejemplo.

-Tengo que decir la verdad: lo intenté pero no lo conseguí. Me encontraba angustiado en la habitación.

-¿… se trataba de una habitación única?…

-… para mí, sí. Del todo. Desde ella no alcanzaba el concepto general de hospital. Era una plasmación poética, y nada disfrutable, de la idea que gobierna Marienbad, adonde llego después de haber visitado varias estancias así.

-No logró huir.

-Paula me llevó Plan de evasión -1945-. No lo acabé nunca.

-Ese libro sale en la conversación que mantiene con Dominique en Nocturama -2008-. Lo relaciona, lorquianamente, con el concepto duende. También cita zarandaja.

-Es verdad. El duende aparece en situaciones de dificultad…

-Una interpretación original. Entonces Dominique pregunta si el duende es un plan de evasión, y sale Bioy.

-Veo que todo está constantemente relacionado. Es una tela de araña. No lo tenía presente. Aquella conversación discurrió en 2007, en la casa de los Lorca en Granada, hoy museo. Coincidió en el tiempo, más o menos, con mi colapso, o con mi recuperación. Yo necesitaba escapar del hospital, eso está claro… le voy a decir que en la habitación única del hospital me tiraba las mañanas concentrándome en un buen plan que llevar a cabo, y cuando caía la tarde parecía que lo hiciera sobre mi cabeza. La oscuridad me persuadía de que no había salida. Con la ayuda única de la mente, a palo seco, no logré nada. Me fallaron las fuerzas cerebrales, si es que existen. Ni siquiera disponía de televisión y mi compañero de celda era un moribundo, vamos, una situación…

-… agradable…

-… mucho. La familia del moribundo pululaba todo el rato entre las dos camas. Únicamente disponía de soledad y silencio cuando llegaban las ideas fúnebres: al atardecer; y mi ánimo, lejos de mejorar, empeoraba.

-De escribir ni hablamos. Ni anotaciones.

-Nada.

-En este artículo de 2002 habla del encierro provechoso, particularmente en hospitales: Sebald, Luis Pimentel,...

-Los poemas del hospital de Pimentel me encantaron. Pasaba los domingos aburrido, confinado, cumpliendo su turno. Mis condiciones físicas no me permitían siquiera leer periódicos.


“Olvidas para sobrevivir”

-¿Cuánto duró?

-Fueron dos semanas separadas por cinco meses. Dejaron una larga estela. Lo curioso es que en Dietario voluble y en Exploradores del abismo volqué la descripción de mi tratamiento, y no lo recordaba. Hace poco di con ello y me quede paralizado. Una rutina que padecí diariamente durante demasiado tiempo no dejó en mí ninguna huella consciente. Te adaptas a las circunstancias, por desfavorables que sean. Y olvidas para sobrevivir.

-El alma necesita al cuerpo.

-Recuperar el cuerpo y volver a la vida fue el origen de Dublinesca, no es broma. Soñé que había bebido mucho en Dublín y me desplomaba, y mi mujer me recogía, y los dos llorábamos abrazados, tirados por el suelo. Fue de una intensidad insoportable. Se produjo al poco del alta, en cuanto empecé a estar sano, a consecuencia del subidón. Fue más vívido que la vida. Dublinesca es mi viaje al origen del sueño. Tuve que quitar unas cosas y añadir otras, como en el caso de Porque ella no me lo pidió.

-Entonces, aparte de la resurrección del autor literario está la del autor-persona, o sea, usted.

-Puede que llegara ahí sin darme cuenta, sí. Tiene sentido.

-Recuerdo su intervención en Negro sobre Blanco. La tengo en VHS, por lo que no la he podido revisitar, y no circula por internet. Fue un encuentro llamativo, como si hubiera un fuera de campo, a imagen del cine. ¿Se acuerda?

-Las circunstancias fueron tan insólitas que tenía pensado escribir sobre ellas. Me acojonaba tanto salir en el programa que la noche anterior me emborraché de forma controlada, calculando la hora a la que al día siguiente tenía que superar la resaca. Esa noche, en Madrid, me iban a entrevistar dos personas de una revista independiente a las que no las conocía y que hoy son amigas. Me vi en la necesidad, para beber acompañado, de entretenerlas más de lo normal. 

Había dividido el número de horas que quedaban por el de copas, sumando, detrás de cada una, los minutos potenciales de sus consecuencias. Teniendo en cuenta que éstas cambian a medida que vas añadiendo. El caso es que, a la mañana siguiente, me presenté en Televisión Española a la hora convenida, once y media, como si nada hubiera sucedido. Debí de hacer bien las fórmulas matemáticas porque, cuando me estaba sentando a la mesa, empecé a sentirme mejor, en un in crescendo extraordinario. 

El problema es que, cuando estaba totalmente despejado, llegó el descanso... y Dragó aprovechó para pedir a su equipo lo de siempre. “Por favor, traedme ya el gin-tonic”. Al oírlo, reaccioné: “Yo quiero otro”. Me hizo un efecto raro. Muchas horas después, en Barcelona, todavía andaba por casa como un loco y hablaba por teléfono sin parar. Aquel vaso me produjo un colocón desmedido, quizás porque no había previsto beber al día siguiente, en plena entrevista. En ese estado, tratando de contener la perturbación, arrancó la segunda parte… Yo no he vuelto a ver el programa, pero mi recuerdo es brutal. 

Ya no sé si se editó y eliminaron algo. Seguramente, porque estuvimos largo rato y el programa completo duraba sólo cincuenta minutos. En un momento, Dragó me preguntó por qué le contestaba tan seco. Como mis respuestas eran bruscas, tenía que volver en seguida a los papeles. El momento clave llega al inquirirme: “Tomabas drogas, ¿verdad?”, lo preguntaba mucho esto… y yo declaro que sí, que LSD, y que, bajo sus efectos, me enfrenté a visiones que alteraron mi percepción de la realidad. 

Él sabía que yo había visto el Himalaya en Almería, por eso sacó el tema. “Sí, haciendo el servicio militar –expliqué-. La pastilla me hizo efecto en la puerta de la cantina y, en lugar la montaña que tenía delante, vi el Himalaya”, y añadí: “… Y ahí estabas tú”. Todavía creo recordar su expresión. En la segunda parte tenía la seguridad que me faltaba en la primera. Un amigo me dijo: “Madrid, cero; Barcelona, uno”. Fue un gol en campo contrario. Hubo quien entendió que asistí de mala gana y un periódico sacó una nota: si no quería ir, que no hubiera ido. No era eso. Yo sabía que era difícil poder contestar a algo, hablaba siempre él.

-Y le dejó.

-Yo había estudiado el programa: era consciente de que se hacían preguntas larguísimas, con digresiones de todo tipo... Recuerdo una entrevista a Julio Caro Baroja, que me interesaba mucho, en la que al hombre no le dejaron decir casi nada.

-¿Se han vuelto a ver?

-Hace como dos años, en Dublín. Nos tocó ir en el mismo taxi a un coloquio sobre literatura española en Estados Unidos. Me preguntó que tal me iba  por Anagrama cuando llevaba yo más de tres años en Seix Barral. Personalmente, es de honor decirlo, es un muy simpático, muy normal; te hace sentir a gusto, tiene un talante positivo. Si supiera que todo aquello lo había montado yo, casi cronometrado, calculadísimo para  lograr salir mínimamente airoso. Bueno, ahora que pienso: se enterará después de que por fin lo haya contado. Se podría hacer una novela muy rara de esta historia. Apenas pasaría nada, pero cuando llegáramos al momento del Himalaya, más de un lector enarcaría una ceja.

-En el transcurso del programa, usted se quejó de que los críticos no le leían “con atención” porque, se me quedó grabado, se habían puesto de su parte y no le señalaban los errores que usted era consciente de cometer.

-Me suena a jamás dicho por mí. Lo olvidé casi todo. ¿Sale en la primera o en la segunda parte?

-A tanto no llego. También dijo haber recibido una felicitación de Fidel Castro.

-Paula me trajo una tarde  un ordenador –no había visto nunca ninguno- y me abrió una cuenta de correo electrónico. Yo estaba en contra de que entrara un computador en mi casa. Sin yo hacer nada, al poco, recibí el primer e-mail. Yo no sabía qué era un e-mail, pero Paula  me puso al corriente –entendí que el ordenador no distaba de la máquina de escribir- y contesté. A la semana siguiente, recibo otro. Pensaba que ella estaba haciendo que la gente me escribiera cuando, lo juro, el tercer –email que me llegó fue de…  Fidel Castro. Me felicitaba por el Rómulo Gallegos. Sería una secretaria en su nombre. 

Da igual: estaba su firma, para mí era él. Conque me senté a contestarle y me salió un texto enormemente halagador, admirativo hacia la Revolución y hacia él mismo… lleno de subordinadas. Me puse a cribar algunas expresiones y taché tanto que lo taché todo: me dio tiempo a cuestionar si realmente admiraba a Cuba y, la verdad, no estaba nada seguro… habían pasado muchos años… Todo quedó en muchas gracias por la felicitación y un abrazo, camarada.

-En persona habría sido más embarazoso.

-En persona me sucedió –no tiene nada que ver- con Sara Montiel. Me la presentaron a bocajarro en Mallorca, con gran ceremonia, y, me veo dándole la mano. Pensaba yo: “ahora tendría que decirle que  la admiro… Pero, ¿cómo voy a decirle esto si no la admiro? ¿Y por qué he permitido que me la presenten si yo no quiero saludarla?”. Todo esto sin dejar de apretar su mano… hasta que ella, cansada de tantas vacilaciones me apartó al grito de “¡Ya está bien, chiquillo!”.

Enrique Vila-Matas arroja sobre las páginas de cada libro cabos que funcionan sueltos y admiten unión. La pelota está en el tejado de los lectores. “Algunos dragones orientales llevaban a sus espaldas los palacios de los dioses; otros protegían tesoros subterráneos”, dice en la página 271 de Kassel, que lleva directamente a la 157 de Los anillos de Saturno, novela de la que es tan valedor, donde Sebald expresa: “Dragones como animal heráldico. 

Unos llevan a sus espadas los palacios de los dioses, otros determinan el curso de los arroyos y los ríos y protegen los tesoros subterráneos”. El intertexto circunvala, incalculable, la ciudad vilamatiana. En esta ocasión, en Marienbad eléctrico, la niebla no sólo aparece como símbolo, sino como un nuevo juego asociativo. Le dedica a Martinus Von Biberach una página entera. 

En ella le adjudica un aforismo apócrifo: “Es raro caminar por la niebla. Los árboles no se conocen los unos a los otros”. La felicidad-pese-a-todo y la niebla remiten a Dublinesca y Kassel, pero, sobre todo, pareciera que empuja al lector que no conozca a Von Biberach a investigar hasta llegar al epitafio por el que es famoso: “Vengo de no sé dónde. / Soy no sé quién. / Muero no sé cuándo. / Voy a no sé dónde. / Me asombro de estar tan alegre”. Estos versos, a cuya filosofía se adscribe Vila-Matas, se convierten en una cita invisible. “Me gustó que Jaime Gil de Biedma integrase en su antología una canción compuesta por Sisa. No era suya y la añadió. Incluyes otras voces que forman parte de ti y de tu libro”.

-Gil de Biedma integró aquella generación barcelonesa de los cincuenta, los Partidarios de la Felicidad. ¿Tú también eres partidario?

-De la felicidad… o de la alegría, que es un principio filosófico, tal y como explica Savater. Se ha de estar alegre por estar vivo. Sin olvidar lo de Montaigne: “No hago nada sin alegría”. No la alegría tonta, social; la de saberte un superviviente del mundo y sonreír ante la sombra.

-‘Alegría imparable’, titula el primer capítulo de Marienbad.

-Sí, me refiero a un tipo de alegría que se dio, o yo imagino que se dio, en los años veinte. Las conversaciones sin dirección, desinhibidas, hasta largas horas de la noche, en que se exponían ideas improvisadas y pensamientos hondos. Todavía había cosas que no habían sucedido, Occidente vivía un momento de felicidad generacional… Un mundo ideal. Un mundo perdido.

-Esa alegría supongo que es la que sentía Kafka, hombre oficialmente atormentado. Usted es la primera persona a la que oí poner en tela de juicio tal cosa. Que era  consciente de la verdad, pero se manejaba en la ironía… Leía a Walser en voz alta a sus amigos, un hecho del que extraer un humor lúcido soterrado. Su sobrina Vera, fallecida en agosto, insistía en que no era tan apesadumbrado.

-Se crean tópicos y los tópicos entierran la verdad. Hay interesados en construir discursos sobre prejuicios. Nos enseñan unas cuantas fotos y un par de textos, que, encima, la gente ni siquiera lee con atención, y llegan los equívocos. No es imaginable dedicado al solaz en la playa, menos mal que existe una foto estupenda suya en bañador, en Marielyst, Dinamarca. ¿La conoce?

-No caigo.

-Búsquela. Desnudo, junto a un amigo con bigote, riendo. Rompe todos los esquemas. Ni bombín, ni padre, ni angustia, ni narices. Parece ser que tenía mucho humor, por eso escribió esas páginas renovadoras.

-“Todo iba tan mal que sólo podía mejorar”.

-Esa frase es suya.

“Cuando todo va mal en la vida, pensemos en Kafka. Él nos dará animos”

-La cita en la entrevista que forma parte del catálogo Nocturama.

-Es perfecta. Cuando todo va mal en la vida, pensemos en Kafka. Él nos dará ánimos. Un personaje que nos ha sido transmitido patológico se convierte en un motivo para la alegría. Hace unos días me entretuve releyendo sus aforismos. A Zürau va a recluirse y a despojar su estilo. Dice en una sentencia: ‘Cómo alegrarse del mundo si no es refugiado en él’. Expresa que la felicidad se puede alcanzar creyendo en lo indestructible, sin tener por qué alcanzarlo. Es un caso muy especial el de Kafka, ¿no le parece?...

-Un superdotado.

-Sí… entonces ha llegado entonces el momento de presentarle el odradek que tengo en casa [se levanta y me guía hacia los bajos de un mueble cercano a la puerta. Contemplamos al bicho, conscientes de que, en su cuerpo enredado habitan el secreto de la lentitud y el arte de la aparente inoperancia. Está vigilando, respetuoso, la conversación]. Me lo regaló Jordi Llovet. Está hecho de madera, a la manera en que Kafka lo describe. Todo son hilos. Tiene que estar en la escalera, en el descansillo, pero si lo dejara allí alguien se lo llevaría.

-Sin saber lo que se lleva.

-El mes pasado una persona latinoamericana que no había leído a Kafka me preguntó qué era aquello que estaña en el suelo. Como única explicación dije: ‘Sirve para hablar con él’, y se quedó encantada. 


“Los escritores jóvenes deben perseverar y vencer a la tentación del pensamiento negativo”

-Y no mintió. Han dicho que usted se le entiende en Latinoamérica por su excentricidad.

-Eso lo dijo Pitol. Se refería a que estoy fuera del centro cultural. Los mexicanos, contando con buenos literatos y tocándose con Estados Unidos, son periferia. De ahí la asociación. ¿Por qué soy más seguido fuera de mi país? Eso no importa. Sí importa determinar que si no te han leído antes no es porque seas malo, sino porque eras desconocido. Si Suicidios ejemplares no vendió nada al comienzo y ahora se reedita constantemente, tampoco es porque sea buenísimo el libro, sino porque me conoce la gente. Quiero transmitir un mensaje de lucha y esperanza: los escritores jóvenes debéis perseverar y vencer a la tentación del pensamiento negativo: todo depende de que decidan leerte, las cosas pueden ir mal por causas ajenas a la obra.


“Sobrevivimos milagrosamente a causa de circunstancias azarosas”

-¿Hace falta una catástrofe para considerarse superviviente, o toda persona lo es por no haberse suicidado?

-Lo segundo. Seguir en la Tierra es la mayor decisión que podemos tomar. Sobrevivimos milagrosamente a causa de circunstancias azarosas. Tanto como la foto que me mostró hace dos días mi hermana de una fiesta en un pueblo catalán donde se reunieron dos familias a causa de una boda. Allí se conocieron mis abuelos maternos. Si no se hubiera dado esta fiesta, yo no existiría. Surgimos absurdamente y si seguimos con vida es porque o no hemos conseguido quitárnosla, o porque no nos la han quitado o porque hemos logrado encontrar la alegría de Von Biberach o de Kafka.

-¿Qué opina de los gimnasios? ¿No hay en ellos una conspiración contra la idea del paseo y la piscina de Kafka?

-Me desagradan bastante. Suelo desviar la vista cuando los veo en lontananza. Ahora han puesto uno delante de mi casa. Es un fastidio con el que no contaba. Miro menos por la ventana.  Les tengo manía porque están reñidos con la poesía y  también porque  cuando yo tenía catorce años  se empeñó mi padre en mandarme a uno. Me parecen aburridísimos. 

Ya adulto, tuve que acudir para rehabilitar un brazo roto, hacer estiramientos… sólo fui un día, ¡preferí no recuperar la flexibilidad! Lo que vi no me gustó: la gente iba a ligar, porque se sentían todos feos. Un horror. ¿Resultado?: el brazo se ha quedado así [hace la intención de subirlo]. No pasa nada. Respecto a la natación, tuve un desengaño: aprendí a nadar a los quince y lo olvidé a los dieciséis. No me gustó. Leyendo a Kafka, entendí por qué me olvidé de nadar: “Sé nadar como los demás, pero tengo mejor memoria que los demás. No he olvidado que una vez no supe nadar. Pero, puesto que no lo he olvidado, ahora mi capacidad de nadar no sirve de nada, y no puedo nadar”.


“Mis personajes no son muy humanos ni se relacionan demasiado humanamente entre sí”

-Su obra llama la atención por lo que contiene y por lo que no: no hay rastro de sexo.

-Tanto como ni rastro… Pero quien me lee sabe que no interrumpo mis textos con sexo -“Vamos a follar”, “y entonces se la metí”-, ni con digresiones políticas, ni con referencias a la actualidad, tampoco salen demasiados carniceros, lampistas, ejecutivos o sacerdotes. Por otra parte, también es verdad es que mis personajes no responden a la idea que tenemos de un personaje de novela clásica, no son muy humanos ni se relacionan demasiado humanamente entre sí.

-Alguna masturbación hay.

-En homenaje a Peter Handke en su admirable Carta breve para un largo adiós -1972-. Vi que él incluía una masturbación para relatar una escena de aburrimiento y soledad en una bañera,  y lo imité. Pero ya le digo, veo superfluas en mi forma de tratar la literatura –que tiende más al ensayo que a la narrativa- las apariciones de sexo, actualidad, economía, política, escenas de ‘gran hermano’ y compañía, los típicos recursos  de la literatura que precisamente no escribo.

-Lo preguntaba en positivo. Está manoseado y no provoca a estas alturas.

-Es que no da juego. Hay quienes lo han intentado y se lo podrían haber ahorrado. En mi caso, colocar una escenita equivaldría a una interrupción. Tendría sentido si, con ella, explicara algo. Pero esa representación, salvo excepciones, nunca aporta nada, ansía calentar al lector, y yo le quiero calentar la cabeza de otro modo.

-En Los detectives salvajes me sorprendió.

-Bueno, es que si lo introduces desde el principio queda natural.

-Aun así, no lo esperaba, no vi que añadiera.

-El acto en sí es ramplón, repetitivo, y si intentas hacerte el original puedes caer en el patetismo. A Bolaño le sale bien porque encaja perfectamente con su modo de ser muy cachondo y con relación con el mundo, que es más próxima a la vida que la mía.

-Banville tiene alusiones sutiles.

-Precisamente en Banville no hay ni rastro de teléfonos móviles ni de e-mails, porque por lo visto quiere escribir como si lo que cuenta pasara en otra época. Y esas alusiones sutiles a las que usted se refiere no se echan de más por eso mismo, porque son sutiles. En la mayoría de los casos, estorba. Te da rabia: va bien el libro y, zas, cae en la relación sexual con su cargamento de tópicos. Es como cuando alguien explica un sueño: obstruye. En el sueño la gente desconecta porque piensa que es algo que está aparte del texto.

“Mi obra carece de mensaje, al menos premeditado”

-Si alcanzara la obra perfecta, el libro de su vida, supongo que enmudecería. ¿No es más beneficioso no cerrar el enunciado y seguir hablando? Algo de eso hay en su obra.

-Mucho. Empezando por el hecho de que, en realidad, mi obra carece de mensaje, al menos premeditado. Ocurre como con Robert Walser, salvando las insalvables distancias con él. Como dijo Canetti, Walser es un escritor sin motivo.  ¿Seguir hablando? Es una opción. Mis voces  se contradicen y componen una figura de personalidad múltiple. 

La novela que estoy empezando tiene que ver con Museo de la Novela de la Eterna -1967-, en la todo son prólogos, de Macedonio Fernández, a quien me une su desinterés por la vida exterior. Yo mismo cobijo la idea de estar empezando a escribir. Por eso doy forma a la historia de un principiante que tiene mi edad, y, como convengo en que me agrada lo inacabado, hago que el libro no arranque. 

Cuando se presente, los periodistas me preguntarán de qué trata y tendré que idear una sinopsis. Ni lo sé ni creo que lo sepa nunca, aunque el día de la presentación ante la prensa, lo sabré, sólo ese día lo sabré. Es imposible resumir en una frase un libro; y más si no tiene argumento. De Kassel podía, a lo sumo, concretar que se trataba de un tipo al que invitan a un restaurante chino en la documenta. Los reseñistas repitieron la anécdota del restaurante chino, que en realidad es lo de menos.

-Más de treinta libros después, ¿cree haber conseguido contar algo de lo que se proponía?

-… Igual no quería decir nada.

-En el futuro a corto plazo, dicen que el objetivo será casar los intereses que tendrán las máquinas con los que tenemos las personas. ¿Cómo lo encaja?

-Como posible [silencio] Mi ordenador es antiguo, nunca lo he cambiado, tarda cinco minutos en arrancar. Con él practico esa escritura kafkiana consistente en escribir con el propio cuerpo. Reconozco que es extraño, pero la identificación es total. Lo veo como si formara parte de mí. Como un apéndice que manejo con un control que llega a sorprenderme, y, más, sabiendo el rechazo entrañado que sentía al principio, ya le he dicho que era un bicho indeseado. Ahora forma parte de mí. Si se estropea, no llamo a un técnico porque él sí que podría dañarlo. Yo lo arreglo sin conocimientos informáticos y con gran rapidez. Somos el torero y el toro juntos en una sola figura.

-Le ocasionarán problemas las actualizaciones.

-Sin duda. El sistema operativo es antiquísimo. Tengo un portátil con el que me defiendo en los viajes. Cuando llegue el día, en una semana me adaptaré a uno nuevo. De momento, la página en la pantalla del ordenador fijo es la página en mi cabeza.

-En ese caso porque domina a la máquina. ¿No le crea malestar la derrota que Deep Blue infligió a Kaspárov?

-Ayer se fue la luz y el ordenador se quedó en marcha. Paula no se percató, se lo hice ver, ¿no te has dado cuenta? ¿Le va bien como respuesta?


“Cuanto más luchamos por no morir, más penoso resulta vivir”

-¿Y que de aquí a veinte años ampliemos indefinidamente nuestra expectativa de vida?

-Eso ya es un horror. Mis padres tienen 94 y, viéndolos, es fácil entender que sería mejor terminar nuestro paso por el mundo en un momento adecuado. Nos aferramos absurda, lamentablemente, a la vida. Y cuanto más luchamos por no morir, más penoso resulta vivir. ¿Para qué quiero 120 años si no voy a disfrutar ni un segundo del día? Vivir no es eso.

-Pensaba en una expansión asociada a calidad de vida.

-Tendría que negociarlo con los científicos. Una novela es mejor intensa que alargada.

-¿Ha visto Holy motors?

-No. Me dijeron que se parecía a mi mundo y la empecé, pero no me gustó su principio, tan francés y excéntrico; Paula la vio entera. Lo que se parece a mí no tiene por qué gustarme, ¿eh? Me ha pasado más veces. Me dicen tienes que ver alguna película de Fulanito porque es igual que tú. Y a mí eso me parece imposible.

-Yo no veo tan igual a Léos Carax. Su filme me parece que habla muy artísticamente del proceso que lleva del mono a la máquina, pasando por el hombre.

-No me horroriza la fundición con la máquina… el hombre es… poca cosa. Mi madre me decía que inventarían una píldora para no comer, y me seducía. Sentarme tres o cuatro veces al día para introducirme alimentos por la boca me parecía plomizo.

-Dragó se alimenta con pastillas.

- Le tienen que estar pitando los oídos.

 “César Aira es el escritor más meritorio de mi generación”

-En su programa, usted dijo que los premios no tienen mérito, que todo el mundo tiene uno y se han desprestigiado.

-Hablaba de que en España todo el mundo tiene premios. Los míos han venido de fuera. El Médicis fue el que más me asombró haber ganado. Ahora César Aira es el escritor sin premio y el más meritorio de mi generación, es raro que no hayan visto que es un tipo interesante.

-¿Y si le llaman de Estocolmo?

-¿A Aira?

-No, a usted.

-Me hace reír. Igual preguntan por mi mujer.

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