Dice que es nómada, “como la humanidad a lo largo de la historia”. Nació en Alemania, en Dusseldorf, pero en esa ciudad sólo vivió un año. También ha vivido en Munich y en otras poblaciones alemanas, en São Paulo, en Cochabamba, en Nueva York y en Barcelona. Su familia es germano-boliviana, descendientes de comerciantes de caucho, y eso explica algunas cosas. También revela que donde más años ha vivido es en Barcelona, dieciséis, pero se siente paulista, vivió allí de los 7 a los 20 años, aunque cuando hace constar su lugar de nacimiento, resulta que es la ciudad donde ha vivido menos tiempo. Es Stefanie Kremser (Dusseldorf, 1967) y ahora publica Si esta calle fuera mía (Entre Ambos / Edicions de 1984).
“Me llegó una postal a Barcelona, en el 2015, que llevaba la dirección de un piso de estudiantes de Munich donde había vivido 24 años antes; era un sitio del pasado. Este hecho surrealista me hizo plantear una serie de preguntas de cómo se puede relacionar el tiempo y el espacio, y más en mi caso, que he vivido en 22 direcciones de cinco países y de dos continentes. Después de tres novelas, lo quise juntar todo en este formado de mémoire , que, sin ser una autobiografía, sí son historias vividas, que hablan de lo que significa nacionalidad o plurinacionalidad, lengua y poliglotismo, a qué lugar pertenezco... Da igual si somos multimigrantes o sedentarios. La pregunta es: ¿quién soy?, ¿qué me hace ser una persona?”.
Es un tema muy actual, pero Kremser reconoce que ella es una emigrante privilegiada porque no ha tenido que huir. “Me planteo qué me aporta llegar a una tierra nueva, si es un hecho tan extraño que es un choque para mí y también para los otros... Y me doy cuenta de que todos somos iguales, de que las diferencias son sólo aparentes”. Sobre los emigrantes que se ven obligados a abandonar su casa, cree que hay que plantearse el lugar de llegada como una oportunidad “para aprender y crecer”, pero reconoce que no es fácil y que muchas veces “no depende tanto del que llega como del que lo recibe”. Y añade: “La historia de los seres humanos es un ir y venir. No puede ser que el miedo a lo desconocido haga crecer la xenofobia”.
En el libro, Kremser rememora las casas donde ha vivido, “primero por razones familiares y después quizá porque ya tenía esa educación”, pero no cronológicamente. Filmaba cine documental, que la hacía recorrer el mundo, y ahora escribe, conoce a su pareja actual y se establece en Barcelona. Escribe el libro en alemán, pero enseguida lo hace traducir al catalán (Marina Bornas) porque sale su pareja, Jordi Puntí, y quiere que le dé el visto bueno. “Me lo da del todo, sí,”, y entonces también se traduce al castellano (Palmira Feixas).
Un amigo de la niñez le envía aquella postal para anunciarle que empieza a estudiar en la universidad. Kremser no ha podido descubrir cómo llegó la postal a Barcelona al cabo de 24 años, pero sí contacta con él, que ahora vive en Dusseldorf, aunque no es la ciudad donde se conocieron, y viaja allí porque hay un club de lectura de sus novelas. Allí se produce otra conjunción de “líneas temporales y geográficas”, porque se reencuentra con dos amigas de Brasil.
Todo este “movimiento vital” es el que cuenta en Si esta calle fuera mía, “en forma de relatos autobiográficos, que hablan de una búsqueda de la identidad; las 22 direcciones son 22 postales de lugares distintos en momentos distintos, primer mundo y tercer mundo”. Y añade: “La Sudamérica de las dictaduras me ayudó a entender cosas de aquí; en Bolivia estaban los alemanes fugitivos judíos y los fugitivos nazis. Tenía que aceptar todo eso”, concluye.
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