A muchas almas nobles se les hunde el mundo si ven que han de reconocer que la inmensa calidad literaria de Louis-ferdinand Céline convivió siempre con su monstruosidad moral. no hay quién lo entienda y todos buscan alguna justificación, explicación, argumento. George steiner, por ejemplo, apeló a la deformidad y monstruosidad anticlásica de la obra celiniana para poder entender de algún modo esa extraña mezcla entre el escritor de genio y el fascista. Ahora bien, si hemos de ser justos, veremos que o aceptamos que Céline escribía muy bien y a la vez era un cerdo nazi y un ideólogo del asesinato de millones de judíos, o bien aceptamos que su obra se limitó a llevar a sus máximos extremos la monstruosidad moral de nuestro siglo (esto último quizás pueda ser más soportable para las almas nobles que nunca han roto un plato). sin embargo, creo que, puestos a elegir entre una y otra disyuntiva, en el fondo da igual lo que acabemos eligiendo porque eso nunca cambiará una verdad como un templo: Céline fue un cerdo repugnante.
Ese cerdo tiene sólo dos obras de altura, las dos primeras: Viaje al fin de la noche y Muerte a crédito. ¿para qué darle más vueltas? Las otras obras no son nada, o son sólo un desesperado intento de tocar siempre la misma melodía, la única que él oía: la de la muerte. Esas dos primeras obras están escritas en los años treinta, los años que conocieron en Europa un resurgimiento del realismo, de la novela populista y del compromiso político, de lo que en cierto modo esas dos obras se hacen eco.
Con esas dos novelas, se presentaba como un escritor realista, tal vez el más realista de todos. pero también hay que decir que, por muy paradójico que parezca, el más realista de todos odiaba la realidad. Así no es nada extraño que en Fantasía para otra ocasión –libro que me molesté una vez en leer: texto escrito a lo largo de la primavera de 1944, cuando Céline más acosado estaba por sus enemigos– empiece por esta declaración de principios: «¡El horror de las realidades! todos los lugares, nombres, personajes, situaciones, presentados en esta novela son imaginarios.
Con esas dos novelas, se presentaba como un escritor realista, tal vez el más realista de todos. pero también hay que decir que, por muy paradójico que parezca, el más realista de todos odiaba la realidad. Así no es nada extraño que en Fantasía para otra ocasión –libro que me molesté una vez en leer: texto escrito a lo largo de la primavera de 1944, cuando Céline más acosado estaba por sus enemigos– empiece por esta declaración de principios: «¡El horror de las realidades! todos los lugares, nombres, personajes, situaciones, presentados en esta novela son imaginarios.
¡Absolutamente imaginarios! ¡ni la menor relación con realidad alguna! se trata de una simple fantasía... ¡y aún!... ¡para otra ocasión!». Fantasía para otra ocasión –un día la leí y hoy, con cierto masoquismo, me dedico a rememorarla, tal vez para ver si escribiendo sobre ella descubro algo que no acierto a descubrir cuando me limito a pensar sobre ella– tiene dos partes, una en la que aún mantiene Céline el tipo (queda algún tenue eco de sus dos primeras novelas) y otra decididamente burlesca, puro aullido, al que invita al lector con sus repetidos: «¡Hurle!».
El horror de aquel «¡Hurle!» aún perdura, pero no me lleva a pensar nada nuevo que no sea pensar en «¡Hurle!». un círculo infernal. no es extraño porque Fantasía para otra ocasión fue el ensayo general del horror literario que vendría después: unas crónicas (Norte, De un castillo a otro, Rigodón) en las que recuperó algo las formas aunque el aullido permanecía de fondo, como canción secreta, como rumor nihilista y terriblemente carnívoro. un espanto todo.
Gran paradoja: Céline buscaba en esos libros, dijo, un refinamiento que no estaba en Viaje al fin de la noche ni en Muerte a crédito. ¡Ya son ganas hablar de refinamiento! Lo que al final sucedió es que, buscando refinamiento, el contenido de sus libros se simplificó, perdió complejidad, se instaló en el aullido brutal que sólo tocaba una tecla de un piano fúnebre para el que sólo existía la muerte, la muerte únicamente: «En el juego del hombre, el instinto de muerte, el instinto silencioso está colocado en el centro junto al egoísmo. ocupa el lugar del cero en la ruleta.
El casino gana siempre. La muerte también». Consecuencias siniestras de buscar la emoción pura, que tanto decía Céline buscar. Con todo, reconozco que siempre he tenido con Céline sentimientos encontrados, y eso ha vuelto a ocurrirme hoy recordando Fantasía para otra ocasión, donde me ha parecido en esta ocasión ver que los aullidos de su monólogo rabioso confirman lo que en 1941 advirtió jünger cuando le conoció en parís: «un hombre alto, huesudo, recio, un poco pesado, pero vivaz en la discusión o, mejor dicho, en el monólogo. Cuando habla tiene la mirada fija propia de los maníacos y se tiene la impresión de que este hombre camina hacia una meta desconocida».
El horror de aquel «¡Hurle!» aún perdura, pero no me lleva a pensar nada nuevo que no sea pensar en «¡Hurle!». un círculo infernal. no es extraño porque Fantasía para otra ocasión fue el ensayo general del horror literario que vendría después: unas crónicas (Norte, De un castillo a otro, Rigodón) en las que recuperó algo las formas aunque el aullido permanecía de fondo, como canción secreta, como rumor nihilista y terriblemente carnívoro. un espanto todo.
Gran paradoja: Céline buscaba en esos libros, dijo, un refinamiento que no estaba en Viaje al fin de la noche ni en Muerte a crédito. ¡Ya son ganas hablar de refinamiento! Lo que al final sucedió es que, buscando refinamiento, el contenido de sus libros se simplificó, perdió complejidad, se instaló en el aullido brutal que sólo tocaba una tecla de un piano fúnebre para el que sólo existía la muerte, la muerte únicamente: «En el juego del hombre, el instinto de muerte, el instinto silencioso está colocado en el centro junto al egoísmo. ocupa el lugar del cero en la ruleta.
El casino gana siempre. La muerte también». Consecuencias siniestras de buscar la emoción pura, que tanto decía Céline buscar. Con todo, reconozco que siempre he tenido con Céline sentimientos encontrados, y eso ha vuelto a ocurrirme hoy recordando Fantasía para otra ocasión, donde me ha parecido en esta ocasión ver que los aullidos de su monólogo rabioso confirman lo que en 1941 advirtió jünger cuando le conoció en parís: «un hombre alto, huesudo, recio, un poco pesado, pero vivaz en la discusión o, mejor dicho, en el monólogo. Cuando habla tiene la mirada fija propia de los maníacos y se tiene la impresión de que este hombre camina hacia una meta desconocida».
Esa meta desconocida del hombre «un poco pesado» no era otra que la muerte, la muerte únicamente. un hombre un poco pesado, pero vivaz en el monólogo. no fue sólo jünger quien le vio con precisión, quien adivinó por dónde irían los derroteros siniestros de su futura prosa del aullido y del horror. Con la certera y alegre precisión de sus palabras, Juan Carlos Onetti alabó que Céline hubiera sido capaz de romperle el espinazo a la sintaxis francesa, pero recordó que era sobre todo el autor de un solo libro, el primero –ya ni siquiera, como se ve, valoraba Muerte a crédito–, y que lo otro fue pura cháchara y aullido, a la espera del tal vez imposible olvido: «Céline, hombre de un solo libro, a pesar del resto, hombre de un solo tema, escribió varias tonterías». «Al final eso: cargante», que diría Beckett.
Vila-Matas, 17 octubre 2011
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