Al publicar sus Hojas de hierba, Whitman advertía: “Camarada, esto no es un libro; quien toca esto toca a un hombre”. Ante este nuevo volumen de Vila-Matas, el lector siente una vez más la tentación de jugar con las palabras del poeta norteamericano y transferir el resultado al escritor catalán: este autor-narrador-personaje no es un hombre, sino un libro. O, mejor, un conglomerado de libros, un muestrario variadísimo de obras literarias que se entrecruzan en el recuerdo y saltan por doquier en el texto, porque Vila-Matas contempla el mundo, ve, siente y juzga sub specie litteraturae.
La literatura es un gigantesco depósito de referencias y, sobre todo, el filtro por el que pasa cada percepción, cada experiencia del sujeto, cada acto elocutivo. Aun a riesgo de repetirme, tengo que recordar que la obra de Vila-Matas es literatura para lletraferits, y que en ese círculo, acaso minoritario pero más amplio de lo que podría parecer, se encuentran sus lectores, sus discípulos -que los tiene- y aun el cortejo inevitable de sus imitadores.
Dietario voluble responde exactamente a su título, como cabía esperar de un prosista tan preciso como Vila-Matas: es un conjunto de notas de extensión diversa y con muy distintos motivos, pergeñadas a lo largo de cuatro años -entre 2005 y 2008- y dictadas por la necesidad, el ocio o el capricho momentáneo. Cualquier lugar y cualquier momento pueden ser adecuados para esbozar estos breves textos: la habitación de trabajo, un viaje, la terraza de un café en una ciudad extranjera, un cuarto de hotel en algún lugar remoto.
El impulso de la escritura, la tentación de dejar constancia de algo -un suceso reciente, una observación al paso, una frase recordada- brota sin orden y no obedece a una frecuencia determinada (por eso es “voluble”), de tal modo que el interés de estas reflexiones no reside únicamente en ellas, sino en el perfil que van delineando del sujeto enunciador. Estamos ante un discurso deliberadamente híbrido, sin fronteras, en el que podemos saltar de la reflexión al relato, de la descripción al análisis. En esta tesitura, el escritor tropieza de vez en cuando con seres afines, como sucede con el súbito recuerdo de Monterroso y su Movimiento perpetuo, libro en el que el autor “zigzaguea de un género a otro, y pasa del ensayo al relato, y de éste a la digresión o el divertimiento […] Los diferentes fragmentos están unidos por citas literarias” (p. 22). De Dietario voluble podría, en efecto, decirse casi lo mismo, y de Vila-Matas las palabras que él recuerda, escritas por el peruano Gustavo Faverón a propósito de su compatriota Enrique Prochazka: “Los textos de Prochazka exigen un lector entrenado y que maneje muchos referentes, y nunca tendrán ventas millonarias […] Escribiéndole sobre todo a la intelectualidad, Prochazka reduce su público infinitamente” (p. 23).
La modalidad libérrima del dietario lo acoge todo, lo permite todo, desde una reflexión inteligente sobre Coetzee, Erasmo y la censura (pp. 171-174) hasta un delicioso microrrelato de la espera en un paso de peatones antes de una cita (pp. 163-166) o una oportuna y humorística observación acerca de la actualidad. Así, al comentar el orden y la prosperidad espiritual de Finlandia, el narrador anota: “Tal vez allí lo único raro sea que Johan Ludvig Runeberg, el gran poeta finlandés del siglo XIX, lo escribiera todo, absolutamente todo en sueco, es decir que, según la óptica catalana, no podría representar a su país en la Feria de Frankfurt” (p. 177). Y no faltan confesiones desalentadoras, de las que no resulta fácil disentir, sobre ciertos aspectos de la actualidad: “Horroriza el nivel de ignorancia de este país y, sobre todo, de satisfacción con esa ignorancia. Es un país con mucha inquina y mucha mala leche, de escasa -por no decir nula- categoría moral” (p. 147).
Este tipo de literatura, discurso libre que fluye con meandros y asociaciones múltiples, casi siempre sobre un fondo literario, posee un especial carácter comunicativo y se presta, quizá más que ningún otro, a convertir la lectura en diálogo silencioso: una actividad que exige la respuesta, que arrastra al acuerdo o a la discrepancia, que convierte al lector en aquel sujeto activo que recordaba Steiner, dispuesto, lápiz en mano, a responder al texto, a subrayar o anotar pasajes, afirmaciones, ideas. Y capaz de seguir atentamente, claro está, los saltos vertiginosos del pensamiento del autor, de Claudio Magris a Kafka, de Roberto Bolaño a Pau Riba, de Antonioni o Tabucchi a Godard, Sebald o Montaigne. Lo único que se echa en falta en estas páginas es una indicación editorial precisa que señale cuáles de ellas son inéditas, frente a las ya publicadas en un diario a lo largo de estos años.
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