—¿Por qué escribes?
—¿Tengo que decir la verdad?
—Claro que no. De hecho, esto no es una biografía.
—Entonces mucho mejor.
(…)
Algunos extractos del libro:
—La pregunta sobre por qué escribir siempre implica preguntarse sobre el compromiso con lo que se escribe.
—Estoy entre los que sospechan que el esmero en el trabajo es la única convicción moral del escritor.
—Y ese trabajo, el de la escritura, ¿sólo puede entenderse como un momento extremo de libertad?—
Escribir no puede estar más relacionado con la libertad, con la libertad extrema. Es la lección de Cervantes en el Quijote. ¿O es que acaso la clave para vivir mejor no puede estar en la alegría de la escritura cuando ésta va ligada al ejercicio de la libertad, o a esa variante de la libertad que Cervantes descubrió en la locura?
—Marguerite Duras afirma: «Escribir es tratar de saber lo que escribiríamos si escribiéramos». ¿Escribir es un ensayo, un ejercicio?
—La clave está en ese «si escribiéramos» porque da a entender que no llegaremos nunca a nada. En torno a esto, Agamben dice que es como cuando se mira algo en el crepúsculo, que no es tanto que la luz sea incierta, sino que se sabe que no será posible terminar de ver, porque la luz disminuye. Y Pessoa, que pensaba algo parecido, decía que siempre acababa escribiendo como si cumpliera un castigo: «Y no hay mayor castigo que el de saber que lo que escribo resulta enteramente fútil, fallido e incierto».
—Asumiendo que lo que se escribe siempre será fallido, ¿siempre hay que escribir pensando en escribir la obra maestra?
—Hay que escribir desde la humildad. Porque la humildad, decía Kafka, proporciona a todos, incluso al que desespera en soledad, la más estrecha relación con el prójimo. Hay que escribir desde la más rigurosa humildad sin cerrarse la puerta nunca a trazar una obra maestra.
SOBRE LA FIGURA DEL NARRADOR:
«El tipo de narrador que más me gusta es aquel que previamente ha ejercido de crítico y que en un momento determinado sabe comprender que, si quiere honrar a la literatura, tiene que convertirse directamente en escritor; es decir, bajar al ruedo y prolongar, por otros medios, aquello que siempre ha estado en juego en la literatura:la exploración de ciertos abismos».
TRAMAS Y ARGUMENTOS:
«Aunque lo reprimo como puedo, en el fondo odio muchísimo a todos aquellos que se valen de un argumento o de una trama para escribir una de esas novelas convencionales que pretenden ofrecerle al lector “una visión del mundo”. ¡Las tramas, los argumentos! Cuando pienso en todo eso, siempre busco cómo desembarazarme lo máximo posible de esa especie de obligación y tratar de ser libre y acabo yendo a parar a las últimas palabras del discurso de Ferlosio cuando el premio Cervantes:“El argumento se quedó parado y sobrevino la felicidad”»
.DEL ESTILO:
—Esto que comentas permite preguntarse qué es el estilo de un autor, qué lo define y, sobre todo, permite preguntarse sobre la construcción de un estilo,al que no se renuncia, a lo largo de toda una trayectoria.
—¡El estilo! Si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro.En todo caso, creo saber que escribo siempre fiel a mi estilo, al que no he traicionado nunca.
VENDER O NO VENDER:
—¿Seguiste el debate entre Jonathan Franzen y Ben Marcus? Al final, la posición adoptada por Franzen apostando por la facilidad es la de aquellos que —y utilizo tus propias palabras— «trabajan en sintonía con el capitalismo y no ignoran que uno no es nada si no vende, o si su nombre no es conocido».
—Lo desconozco todo sobre ese debate, pero ya me imagino de qué discutían. Vender o no vender. Pero muchas veces he pensado que es un falso dilema, porque, salvo unos cuantos best sellers, en realidad casi nadie vende nada. Y entonces me digo: si nadie vende nada, ¿qué sentido tiene que escribamos con un criterio comercial? Yo, sobre todo hoy en día, cuando más crudo se ha puesto todo, opino que, puestos a vender poco, lo mejor es que escribamos con total libertad todo lo que no nos atreveríamos nunca a escribir.
RECEPCIÓN Y CRÍTICA:
—En cuanto a la reivindicación, Historia abreviada de la literatura portátil tuvo una muy buena acogida en México, y, en general, tus obras siempre han sido muy bien recibidas en Latinoamérica, que, tal y como dijiste en una ocasión, «cambió el territorio de tu literatura». ¿A qué crees que se debe?
—La recepción de mi trabajo en Francia, por ejemplo —y en casi la misma medida en Italia, Portugal, Gran Bretaña o Estados Unidos— ha estado siempre a la misma altura que la recepción latinoamericana,así que resulta difícil —a mí al menos me resulta muy difícil—aventurar cualquier teoría sobre esto, ya que, por poner un ejemplo,Francia no tiene nada que ver con México y, sin embargo, en ambos países hay muchas coincidencias en lo que se dice sobre mi trabajo… Este es un tema que siempre me ha hecho mucha gracia, especialmente desde que un día en Catalunya Ràdio el periodista quiso saber cómo explicaba yo que en el extranjero fuera más aceptada mi literatura.«¿Qué le encuentran a usted?», llegó a preguntarme extrañado.Y ante esto, estuve a punto de darle malévolamente la vuelta a la cuestión y preguntarle qué les pasaba a ellos que no veían lo que el resto del mundo veía.
—Diómedes Cordero llega a decir que Historia abreviada de la literatura portátil era «indigerible para los críticos y los representantes del sistema literario español establecido». Algo ha cambiado desde entonces…, ¿no?
—No tanto, no tanto. Por increíble que parezca, aquel sambenito de libro «light» seguía coleando en 2015 mientras recibía en Guadalajara,México, el premio Juan Rulfo, lo que como mínimo debería haber llevado a reflexión a más de uno. Pero aún recuerdo el momento en que,hallándome en el hotel de Guadalajara, accedí a un artículo de un crítico español que me cae bien y que vi que, con motivo del premio,reconocía algunos errores en el pasado, errores de criterio sobre mi obra, aunque también decía que en mis comienzos aquel libro «tan tontamente titulado como Historia abreviada de la literatura portátil» pudo despistar a muchos y ponerlos a cien por su levedad, su inconsistencia y su inocuidad…
No sé, pero aquel «tan tontamente» (risas) todavía me tiene intrigado y me hace pensar en que, a veces, en las críticas de mi país se mezclan otras cosas —como, por ejemplo, encuentros desafortunados en bares nocturnos o en la calle a plena luz del día— que poco tienen que ver con la lectura estricta de un texto.
LA GLORIA LITERARIA:
—Sobre la gloria literaria creo que hay que advertir del horror de la misma a todos esos jóvenes y no tan jóvenes escritores que circulan por ahí y que se ilusionan con triunfos y otras minucias; estoy ahora pensando en todos esos cándidos escritores que creen que el éxito literario es sinónimo de felicidad. Ya decía Kafka que hay algún malentendido y ese malentendido será nuestra ruina.
—Ante todo, habría que preguntarse qué es el éxito literario: para algunos es tener muchas ventas y para otros ganar determinados premios literarios.
—Habría que hacer una encuesta entre los escritores para ver qué es para cada uno de ellos el éxito. En el ensayo que cerraba Exploradores del abismo yo sugería que el verdadero triunfo, lo que Juan Benet definió como el «prestigio propio», la verdadera y sublime gloria solitaria, podía residir en no ser reconocido. «¡La gloria nocturna de ser grande no siendo nada!», que decía Pessoa.
—Y no nos olvidemos lo que decía Marsé: «Para el verdadero escritor, cada novela que consigue terminar encierra para él un íntimo fracaso: solo él sabe la distancia que media entre el ideal que se propuso al empezar a escribirla y el resultado final obtenido».
—En esas palabras de Marsé, lo que en cualquier caso se ve a la legua es que detrás de ellas hay un verdadero escritor.
JUAN MARSÉ:
—Con Marsé, fallecido hace apenas unos días, mantuviste una estrecha amistad,si bien vuestras literaturas no podían ser más distintas.
—Eran obviamente distintas, sí. Pero yo sentía admiración por las férreas convicciones morales y estéticas que en literatura manejaba y que lentamente, a través de muchas mañanas de domingo —en el contexto de la tertulia del bar José Luis de la Diagonal—, fueron dejando de ser tan enigmáticas para mí. Debió de darse cuenta de que cada día comprendía más su arte porque una mañana, tras haber observado detalladamente cómo me acercaba a aquella mesa dominical, me felicitó por mi modo de acercarme cada día más, aunque fuera tímidamente,a la realidad.
En su última carta, de julio del año pasado, me dijo que Esta bruma insensata le había gustado mucho y le había estimulado, quizás porque veía que seguía yo apostando por el chirriante estupor que produce la realidad, y quizás también porque le parecía admirable mi incondicional respeto a la ficción.
De ese intercambio de poéticas distintas pero no necesariamente confrontadas estaba surgiendo una historia que se renovaba cada mañana de domingo, como una aventi sin fin, y que la muerte —miserable como siempre— ha interrumpido. Notaré mucho la ausencia de Juan, y de hecho ya he empezado a notarla.
El gran Manuel Vicent me dijo no hace mucho que había conocido en su vida al menos a dos «hombres enteros», uno era Marsé y el otro Azcona; dos hombres hechos de una pieza. Me quedó muy grabado lo del «hombre entero» porque creo que, a pesar de ser un concepto raro, todo el mundo lo entiende, todo el mundo lo reconoce a la legua cuando da con uno de esos hombres. Suelen cabalgar como Wayne en Centauros del desierto.
Anna María Iglesia (Granada, 1986) es licenciada en Filología Italianay en Teoría de la Literatura y Literatura comparada, y doctora por la Universidad de Barcelona. Periodista cultural, colabora con distintos medios —Librújula, The Objective, El Confidencial, Letra Global, Turia, La esfera de Papel, Altaïr— donde escribe principalmente sobre literatura y el mundo editorial. Ha traducido Regalos de invierno, de Colette. Es autora de La revolución de las flâneuses (Cahiers Wunderkammer, 2019).
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