“New York” es una obra maestra sobre la que su autor ha declarado que la única diferencia respecto a discos anteriores es que está basada en el trabajo. En que volvió durante meses una y otra vez sobre las canciones, cultivándolas y puliéndolas con la paciencia de un orfebre, hasta dar con la estructura y el sonido adecuados a cada historia.
Y es que si algo sorprendió desde el primer momento en “New York” fue la profundidad de las letras, la ácida lucidez y la variedad de los aspectos tratados.
Lou Reed fue el primero que enalteció el amor por las drogas duras en una canción, el primero en escribir sobre las relaciones de poder y la dominación, y el primero en atreverse a tocar temas más sórdidos, como el transexualismo o el masoquismo. Una canción como “Venus in Furs”, de 1967, tenía el ritmo del chasquido de un látigo, y el lp “Transformer”, de 1972, estaba recubierto de un irresistible aroma decadente. Solo con tocar la carpeta del vinilo parecías embadurnarte los dedos de carmín y brillantina.
Lou Reed fue el primero que enalteció el amor por las drogas duras en una canción, el primero en escribir sobre las relaciones de poder y la dominación, y el primero en atreverse a tocar temas más sórdidos, como el transexualismo o el masoquismo. Una canción como “Venus in Furs”, de 1967, tenía el ritmo del chasquido de un látigo, y el lp “Transformer”, de 1972, estaba recubierto de un irresistible aroma decadente. Solo con tocar la carpeta del vinilo parecías embadurnarte los dedos de carmín y brillantina.
Para escribir los textos de su nuevo disco, tiró de su inventario personal. De esa vida marcada por las adicciones, de esa dependencia a las sustancias chungas que le habían cambiado el rictus, que le impedían sonreír, como no fuera con una mueca de desprecio y superioridad hacia los seres vulgares que pululaban a su alrededor.
Secundado por el guitarrista Mike Rathke, el bajista Rob Wasserman, y el batería Fred Maher, se encerró en el estudio y escribió un nuevo capítulo de su obra, de su misión en la Tierra, de la gran novela americana en formato de rock&roll.
Unos acordes rascados sobre los mástiles de los instrumentos anuncian lo que se avecina: One, two, three, y la estructura más básica del negocio comienza a funcionar: Dos guitarras, bajo y batería peleando. La sensación de escuchar a cuatro tíos disfrutando mientras crean un universo musical en un sótano es palpable. Fuera, los conserjes en los hoteles de la Séptima Avenida se descubren ante el yuppie que asiste a una reunión de negocios en su Rolls Royce. El humo transpira por el alcantarillado, los polis con apellido español patrullan por el bajo Manhattan y los agentes de bolsa se agolpan en Wall Street. Pero en un minúsculo espacio tenemos al cuarteto tocando “Romeo Had Juliette”.
Pasando del romanticismo de Shakespeare o Mark Knopfler. Aquí tenemos a una princesa ardiente que usa un perfume barato que le quema los párpados y que baila mientras los sesos de ese patrullero asesinado en Harlem se desparraman por la acera.
Y es que este es un Lp de sentencias. De frases apabullantes que nos arrollan como avalanchas, cortesía de la dicción salvaje del maleado Reed. Desde ese inicio brutal, ese “…the faulty map that brought Columbus to New York”, el poeta de los adoquines sienta las bases de lo que quiere comunicar: ¿En qué van a tener fe los americanos si Colón descubrió el Continente por error?.
“Romeo Had Juliette” supone un comienzo abrumador. Esto no es una historia de amor idealizado. Romeo Rodríguez, el chicano que probablemente vivirá en un ático atestado de Brooklyn, no se va a andar con hostias: Él ya ha tomado a Julieta, y aquí no hay juglares que afinan la lira ni enamoradas doncellas que se asoman a un balcón al atardecer. El paisaje que dibuja Lou Reed como fondo de la posesión entre Romeo y su musa se compone de pistolas Uzis, traficantes de crack, secundarios llamados Joey Diaz e italianos malotes que necesitan aprender la lección.
Musicalmente hablando, “Romeo Had Juliette”, junto con las dos que le siguen, compone uno de los mejores inicios que se recuerdan en un disco de rock, con omnipresentes guitarras rítmicas que te hacen mover todo el cuerpo sin que te des cuenta.
“Halloween Parade”, la siguiente. En el East Village, al sur de la isla de Manhattan, se organiza anualmente el desfile del Orgullo Gay. El propio Lou, rondando la cincuentena, residía en su querida Tompkins Square, junto a la calle Saint Christopher, sede de la parada gay.
Una madrugada, desde su ático, escuchó el jolgorio y recordó la espectacularidad real de las drag queens que desfilaban bajo su ventana allá por los últimos años sesenta, cuando Reed formaba parte del entorno del artista Andy Warhol, y con un poso de tristeza evocó aquellos tiempos de desenfreno, antes de que el Sida se llevara por delante a todos aquellos maravillosos depravados, llenos de inocencia, glamour y ganas de diversión. Johnny Rio, Rotten Rita, Three Bananas, Brandy Alexander, Peter el Pedante o los maricas borrachos de terciopelo. Una frase en concreto, ese “this celebration somehow gets me down, especially when I see you´re not around”,
“Dirty Boulevard”, uno de los momentos más potentes de todo el trabajo, repleto de gloriosas guitarras eléctricas que funden el asfalto: Reed expone una panorámica similar a la descrita en la película “Ciudad de Dios” sobre el inframundo de las favelas brasileñas. Pedro es un crío que sueña con ser un mago, adquirir poderes, contar hasta tres y desaparecer de ese sucio bulevar.
Esta es la canción en la que Lou Reed se descojona de la estatua de la libertad y su mensaje unificador, su lema inscrito en el pedestal, el “tráeme a tus pobres, a tus cansados y a tus hambrientos”, palabras amables que exponen a Norteamérica como la tierra de las oportunidades. “Tráelos si, me mearé en ellos”, escupe el neoyorquino de las gafas, la mirada de hielo y el pelo rizado al estilo Mou Czislak, el tabernero de los Simpsons.
Pedro tiene nueve hermanos y paga 2000 dólares por una habitación. “En alguna parte un casero se descojona de risa”. Y, por supuesto, “nadie sueña con ser abogado, doctor, ni nada parecido en el sucio bulevar”. Pedro, no obstante, se sienta sobre sus rodillas, acaricia la lámpara y sueña con volar. Lejos, lejos de ese bulevar. Es maravilloso oír la coña que los cuatro músicos se traen al final, con ese “fly, fly, fly away…”, la ironía con que parecen entonar la canción de la vida de Pedro, que por mucho que sueñe y se empeñe no va a salir nunca del bulevar, donde la mugre enterrará sus sueños.
“Romeo Had Juliette”, “Halloween Parade” y “Dirty Blvd” son, posiblemente, las tres mejores canciones del Reed de los ochenta. “New York” podría haberse acabado ahí, que el compositor de Long Island ya se habría vuelto a ganar el cielo.
“Endless Cycle”, como su nombre indica, relata la rutina de una pareja en estos tiempos que nos ha tocado vivir. El anonimato, las enfermedades que se traspasan de padres a hijos, la madre que pega al hijo, quien sólo espera crecer y fundar una familia para hacer lo mismo. Y así una y otra vez, perpetuando un círculo sin final, sintiéndose más felices en la miseria. “De hecho, para eso es para lo que se casaron”, apostilla el positivo Lou.
“There is no Time”, acelerada y guitarrera, “Last Great American Whale”, donde el divo se burla de las preocupaciones ecologistas con que los americanos de clase media tratan de desviar sus verdaderas preocupaciones, “Beginning of a Great Adventure”, con Lou y su banda metidos a músicos de jazz, y el cantante enumerando varias docenas de nombres propios de su imaginaria prole, y la potente “Busload of Faith” nos conducen al otro pico compositivo del álbum: el integrado por las tres piezas siguientes, tan impresionantes como las tres del principio.
“Sick of You”, otra pesimista visión sobre el futuro que acecha a una sociedad empeñada en hacer de los ríos una cloaca de residuos tóxicos, tiene un ritmo demoledor, capaz de hacer bailar a toda la clientela de una residencia de ancianos.
En “Hold On” volvemos a la violencia de las favelas de Río. Ese “hay negros con cuchillos y blancos con navajas luchando en Howard Beach; no existen los derechos humanos cuando caminas por las calles de New York…”, no puede ser más contundente. En la canción se menciona a personajes reales, despojos de la gran urbe caídos en desgracia a los que Lou inmortaliza con su potente discurso: Eleanor Bumper, una abuela que se enfrentó a la Policía cuando entró en su vivienda para desahuciarla y fue abatida, o Michael Stewart, grafitero que murió tiroteado.
“Good Evening Mr Waldheim”. Junto a las tres primeras, la obra maestra del Cd. Lou Reed en estado puro, sin sutilezas, escupiendo su mala leche hacia los líderes de la comunidad negra Jesse Jackson y Louis Farrakhan, a los que ve como manipuladores dignos de su desprecio. La canción tiene unos riffs de guitarra endiablados. No hace falta enterarse de lo que el narrador nos está contando, la fuerza del tema es atronadora. Ese bíblico “there´s no ground common enough for me and you” que lanza al final a los hipócritas telepredicadores es antológico.
En la tranquila “Xmas in February” entorna la mirada hacia los veteranos de la guerra de Vietnam, y en “Strawman” se enfurece de nuevo. Un tío íntegro como él sabe que en esta vida hay pocas cosas tan despreciables como un “hombre de paja”. Ni sé la de veces que yo le he soltado a alguien, en distintas situaciones de la vida, eso de “When you spit in the wind, it comes right back at you”. Vaya verdad, señores.
“Dime Store Mystery”, cierra este gran opus con otra lectura bíblica: espiritualidad reducida al ámbito de una tienda donde todo vale una moneda de un centavo -one dime-; algo así como nuestros “todo a cien”.
1. Romeo Had Juliette
2. Halloween Parade
3. Dirty BLVD
4. Endless Cycle
5. There is no Time
6. Last Great American Whale
7. Beginning of a Great Adventure
8. Busload of Faith
9. Sick of You
10. Hold On
11. Good Evening Mr Waldheim
12. Xmas in February
13. Strawman
14. Dime Store Mystery
Lou Reed – vocales, guitarra, coros
Mike Rathke – guitarra
Rob Wasserman – bajo de seis cuerdas
Fred Maher – batería, bajo Fender
Maureen Tucker – percusión
Jeffrey Lesser – coros
Dion DiMucci – coros
Secundado por el guitarrista Mike Rathke, el bajista Rob Wasserman, y el batería Fred Maher, se encerró en el estudio y escribió un nuevo capítulo de su obra, de su misión en la Tierra, de la gran novela americana en formato de rock&roll.
Unos acordes rascados sobre los mástiles de los instrumentos anuncian lo que se avecina: One, two, three, y la estructura más básica del negocio comienza a funcionar: Dos guitarras, bajo y batería peleando. La sensación de escuchar a cuatro tíos disfrutando mientras crean un universo musical en un sótano es palpable. Fuera, los conserjes en los hoteles de la Séptima Avenida se descubren ante el yuppie que asiste a una reunión de negocios en su Rolls Royce. El humo transpira por el alcantarillado, los polis con apellido español patrullan por el bajo Manhattan y los agentes de bolsa se agolpan en Wall Street. Pero en un minúsculo espacio tenemos al cuarteto tocando “Romeo Had Juliette”.
Pasando del romanticismo de Shakespeare o Mark Knopfler. Aquí tenemos a una princesa ardiente que usa un perfume barato que le quema los párpados y que baila mientras los sesos de ese patrullero asesinado en Harlem se desparraman por la acera.
Y es que este es un Lp de sentencias. De frases apabullantes que nos arrollan como avalanchas, cortesía de la dicción salvaje del maleado Reed. Desde ese inicio brutal, ese “…the faulty map that brought Columbus to New York”, el poeta de los adoquines sienta las bases de lo que quiere comunicar: ¿En qué van a tener fe los americanos si Colón descubrió el Continente por error?.
“Romeo Had Juliette” supone un comienzo abrumador. Esto no es una historia de amor idealizado. Romeo Rodríguez, el chicano que probablemente vivirá en un ático atestado de Brooklyn, no se va a andar con hostias: Él ya ha tomado a Julieta, y aquí no hay juglares que afinan la lira ni enamoradas doncellas que se asoman a un balcón al atardecer. El paisaje que dibuja Lou Reed como fondo de la posesión entre Romeo y su musa se compone de pistolas Uzis, traficantes de crack, secundarios llamados Joey Diaz e italianos malotes que necesitan aprender la lección.
Musicalmente hablando, “Romeo Had Juliette”, junto con las dos que le siguen, compone uno de los mejores inicios que se recuerdan en un disco de rock, con omnipresentes guitarras rítmicas que te hacen mover todo el cuerpo sin que te des cuenta.
“Halloween Parade”, la siguiente. En el East Village, al sur de la isla de Manhattan, se organiza anualmente el desfile del Orgullo Gay. El propio Lou, rondando la cincuentena, residía en su querida Tompkins Square, junto a la calle Saint Christopher, sede de la parada gay.
Una madrugada, desde su ático, escuchó el jolgorio y recordó la espectacularidad real de las drag queens que desfilaban bajo su ventana allá por los últimos años sesenta, cuando Reed formaba parte del entorno del artista Andy Warhol, y con un poso de tristeza evocó aquellos tiempos de desenfreno, antes de que el Sida se llevara por delante a todos aquellos maravillosos depravados, llenos de inocencia, glamour y ganas de diversión. Johnny Rio, Rotten Rita, Three Bananas, Brandy Alexander, Peter el Pedante o los maricas borrachos de terciopelo. Una frase en concreto, ese “this celebration somehow gets me down, especially when I see you´re not around”,
“Dirty Boulevard”, uno de los momentos más potentes de todo el trabajo, repleto de gloriosas guitarras eléctricas que funden el asfalto: Reed expone una panorámica similar a la descrita en la película “Ciudad de Dios” sobre el inframundo de las favelas brasileñas. Pedro es un crío que sueña con ser un mago, adquirir poderes, contar hasta tres y desaparecer de ese sucio bulevar.
Esta es la canción en la que Lou Reed se descojona de la estatua de la libertad y su mensaje unificador, su lema inscrito en el pedestal, el “tráeme a tus pobres, a tus cansados y a tus hambrientos”, palabras amables que exponen a Norteamérica como la tierra de las oportunidades. “Tráelos si, me mearé en ellos”, escupe el neoyorquino de las gafas, la mirada de hielo y el pelo rizado al estilo Mou Czislak, el tabernero de los Simpsons.
Pedro tiene nueve hermanos y paga 2000 dólares por una habitación. “En alguna parte un casero se descojona de risa”. Y, por supuesto, “nadie sueña con ser abogado, doctor, ni nada parecido en el sucio bulevar”. Pedro, no obstante, se sienta sobre sus rodillas, acaricia la lámpara y sueña con volar. Lejos, lejos de ese bulevar. Es maravilloso oír la coña que los cuatro músicos se traen al final, con ese “fly, fly, fly away…”, la ironía con que parecen entonar la canción de la vida de Pedro, que por mucho que sueñe y se empeñe no va a salir nunca del bulevar, donde la mugre enterrará sus sueños.
“Romeo Had Juliette”, “Halloween Parade” y “Dirty Blvd” son, posiblemente, las tres mejores canciones del Reed de los ochenta. “New York” podría haberse acabado ahí, que el compositor de Long Island ya se habría vuelto a ganar el cielo.
“Endless Cycle”, como su nombre indica, relata la rutina de una pareja en estos tiempos que nos ha tocado vivir. El anonimato, las enfermedades que se traspasan de padres a hijos, la madre que pega al hijo, quien sólo espera crecer y fundar una familia para hacer lo mismo. Y así una y otra vez, perpetuando un círculo sin final, sintiéndose más felices en la miseria. “De hecho, para eso es para lo que se casaron”, apostilla el positivo Lou.
“There is no Time”, acelerada y guitarrera, “Last Great American Whale”, donde el divo se burla de las preocupaciones ecologistas con que los americanos de clase media tratan de desviar sus verdaderas preocupaciones, “Beginning of a Great Adventure”, con Lou y su banda metidos a músicos de jazz, y el cantante enumerando varias docenas de nombres propios de su imaginaria prole, y la potente “Busload of Faith” nos conducen al otro pico compositivo del álbum: el integrado por las tres piezas siguientes, tan impresionantes como las tres del principio.
“Sick of You”, otra pesimista visión sobre el futuro que acecha a una sociedad empeñada en hacer de los ríos una cloaca de residuos tóxicos, tiene un ritmo demoledor, capaz de hacer bailar a toda la clientela de una residencia de ancianos.
En “Hold On” volvemos a la violencia de las favelas de Río. Ese “hay negros con cuchillos y blancos con navajas luchando en Howard Beach; no existen los derechos humanos cuando caminas por las calles de New York…”, no puede ser más contundente. En la canción se menciona a personajes reales, despojos de la gran urbe caídos en desgracia a los que Lou inmortaliza con su potente discurso: Eleanor Bumper, una abuela que se enfrentó a la Policía cuando entró en su vivienda para desahuciarla y fue abatida, o Michael Stewart, grafitero que murió tiroteado.
“Good Evening Mr Waldheim”. Junto a las tres primeras, la obra maestra del Cd. Lou Reed en estado puro, sin sutilezas, escupiendo su mala leche hacia los líderes de la comunidad negra Jesse Jackson y Louis Farrakhan, a los que ve como manipuladores dignos de su desprecio. La canción tiene unos riffs de guitarra endiablados. No hace falta enterarse de lo que el narrador nos está contando, la fuerza del tema es atronadora. Ese bíblico “there´s no ground common enough for me and you” que lanza al final a los hipócritas telepredicadores es antológico.
En la tranquila “Xmas in February” entorna la mirada hacia los veteranos de la guerra de Vietnam, y en “Strawman” se enfurece de nuevo. Un tío íntegro como él sabe que en esta vida hay pocas cosas tan despreciables como un “hombre de paja”. Ni sé la de veces que yo le he soltado a alguien, en distintas situaciones de la vida, eso de “When you spit in the wind, it comes right back at you”. Vaya verdad, señores.
“Dime Store Mystery”, cierra este gran opus con otra lectura bíblica: espiritualidad reducida al ámbito de una tienda donde todo vale una moneda de un centavo -one dime-; algo así como nuestros “todo a cien”.
1. Romeo Had Juliette
2. Halloween Parade
3. Dirty BLVD
4. Endless Cycle
5. There is no Time
6. Last Great American Whale
7. Beginning of a Great Adventure
8. Busload of Faith
9. Sick of You
10. Hold On
11. Good Evening Mr Waldheim
12. Xmas in February
13. Strawman
14. Dime Store Mystery
Lou Reed – vocales, guitarra, coros
Mike Rathke – guitarra
Rob Wasserman – bajo de seis cuerdas
Fred Maher – batería, bajo Fender
Maureen Tucker – percusión
Jeffrey Lesser – coros
Dion DiMucci – coros
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