En Personas como yo, el padre del narrador se maquilla cada noche para salir a escena en un club gay de Madrid; y cada noche, travestido como mujer, cuenta la misma historia: la de su encuentro, en los baños de un barco en plena tempestad, con el hombre que se convertiría en el amor de su vida. El público que asiste a verlo conoce el relato de memoria, y es esa repetición la que los hace participar del placer que el narrador experimentó aquella vez.
Bajo la protección de Shakespeare (el título original está tomado del texto de Ricardo III), Personas como yo es una novela de iniciación que se desarrolla a lo largo de más de medio siglo. Seguimos el derrotero de Bill Abbot, personaje que presenta muchos puntos en común con el autor, empezando por el año de nacimiento, 1942.
Abbot se enamora al mismo tiempo de su padrastro y de la señorita Frost, bibliotecaria un posco tosca y de pechos pequeños, ex boxeadora conocida bajo el apodo de “Big Al”: “No me hizo falta más de un minuto de secreta tensión sexual para desear, al mismo tiempo, volverme escritor y acostarme con Miss Frost, no necesariamente en ese orden”. Abbot crece en un mundo de falsedades y simulaciones, con una madre que le esconde la verdad de sus orígenes, un abuelo y un padre que se trasvisten y la hipocresía de la sociedad puritana…
Su búsqueda de identidad consistirá en asumir su doble deseo, su “sexo indeciso”, y deshacerse de las máscaras detrás de las cuales se protege. A fin de cuentas, Irving escribe sobre la historia reciente de la homosexualidad en los Estados Unidos: los descendientes de los bares gays del Village de los sesenta, los daños tremendos hechos por el SIDA en los ochenta y noventa, y el viraje profundo que esto provocó en la escena, hasta llegar a los movimientos LGTB de hoy. Irving maneja perfectamente la dosificación emocional, pasando de escenas hilarantes a la tragedia, y elabora su conocido cóctel agridulce, que se toma con gusto pero a esta altura conociendo de antemano sus efectos y resaca posterior.
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