Porque la vida no basta, se escriben testamentos. El de Roberto Bolaño se titula La Universidad Desconocida, summa poética de un poeta inexplorado que se hizo célebre con la narrativa, o la poesía disfrazada de cuentos y novelas. Bolaño opinaba, como Harold Bloom, que la mejor poesía del siglo XX en el mundo se hizo en prosa y en una entrevista afirmó: “En el Ulises de James Joyce está contenida La Tierra Baldía de Eliot, y es mejor que La Tierra Baldía de Eliot”.
En las novelas de Bolaño hay pasajes de gran contenido lírico y esto se debe a la exposición de la idea (ya decía Ricardo Reis que una idea perfectamente concebida es rítmica en sí misma). Bolaño maduró con la escritura de novelas, pero creció, se enamoró y murió con los poemas. Y es precisamente en la Ciudad de México, en un D.F. que ya no existe, donde se inició como poeta mexicano en la aventura infrarrealista; en aquel grupo que molestaba al status de la literatura mexicana por no pertenecer a ninguna mafia o grupo de poder. Después se fue de México para ya no volver, pero regresó constantemente a través de los sueños y los recuerdos contenidos en la escritura. La Universidad Desconocida transita por diversos pasillos mexicanos, el de los poetas perdidos: “Borrachos y drogados como escritos con sangre/ ahora desaparecen por el esplendor geométrico/ que es el México que les pertenece// El México de las soledades y los recuerdos/ el del metro nocturno y los cafés chinos/ el del amanecer y el del atole”.
En este libro (como una de sus líneas lo confirma) se dan “en efecto, el desaliento, la angustia, etc.”. Y en los últimos años cuando ya solo y enfermo: “Los sueños lo trasladaban a ese país mágico que él y nadie más llamaba México D.F.”. El país del águila y la serpiente, del “Burro” en el que Roberto Bolaño y Mario Santiago salieron de la “Ciudad de México que es la prolongación/ De tantos sueños, la materialización de tantas Pesadillas”. También es el país del “Nopal”: “Vio el nopal allí, tan lejos,/ no debía ser sino un sueño”. El México del poeta está construido de materia onírica, de memento, y como escribe en “Devoción de Roberto Bolaño”: “de tantas otras cosas buenas y dignas […]/ México, los pasos fosforescentes de la noche,/ la música que sonaba en las esquinas/ donde antaño se helaban las putas/ (en el corazón de hielo de la Colonia Guerrero)/ le proporcionaban el alimento que necesitaba/ para apretar los dientes/ y no llorar de miedo”.
Recorriendo las páginas reconocemos la cartografía del poeta mexicano: la Colonia Tepeyac, la Guerrero, Bucareli, “y el Roberto Bolaño de la Alameda y la Librería de Cristal”. Los héroes del país son homenajeados y representados con cariño: Efraín Huerta, Tin Tan, el jorobadito (que también era mexicano), Resortes y Calambres, el emperador Moctezuma pintado en un mural que observa a los clientes de un baño público, el recuerdo de Lisa en un “México diseñado por Lovercraft”: “llamo México, llamo D.F., / llamo Roberto Bolaño buscando un teléfono público/ en medio del caos y la belleza/ para llamar a su único y verdadero amor”.
La Universidad Desconocida abarca quince años de trabajo. Allí hay poemas corrosivos, impenetrables como sueños ajenos, detectives salvajes, y muchas otras rutas. Pero lo que en todos los poemas está presente es la peculiar forma de escritura: “Quiero decir que mi lirismo es DIFERENTE/ (ya está todo expresado pero permitidme añadir algo más)”. Lo que Bolaño añade es la ocupación del lenguaje y detecta el poema en la conversación cotidiana, en el delirio del vagabundo o en la añoranza del tiempo perdido. Su poesía, siguiendo los pasos de Nicanor Parra, no se instaura en el poema, sino en la duda del poema, del poeta y del lector. Esta noción fue adquirida en los años infrarrealistas y nunca abandonada.
La obra de Bolaño está basada en “la experiencia disparada, estructuras que se van devorando a sí mismas, contradicciones locas”. Para él si el poeta está inmiscuido, el lector también tendrá que estarlo. Y cuando escribe de “extraños tripulantes embarcados en una ruta Miserable, caminos borrados por el polvo y la lluvia,/ Tierra de moscas y lagartijas, matorrales resecos/ Y ventisca de arena, el único teatro concebible/ Para nuestra poesía”. El lector mexicano inevitablemente se siente inmiscuido en el escenario, sobre todo cuando se llega a las últimas páginas del libro, que terminan con “Un final feliz”: “En el atardecer/ Sin mácula/ De México”.
Blog Archivo Bolaño
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