7.2.20

Enrique Vila-Matas "El humor y la timidez"


Escribir es un oficio solitario, ideal para tímidos. Encerrados en una habitación, rodeados de libros y sentados frente a la pantalla incandescente del ordenador, el autor solo tiene que escribir. Pero hay peajes por los que hay que pasar: posar para fotos, conceder entrevistas, dar conferencias por el mundo. Enrique Vila-Matas, que quizá sea nuestro mayor «enfermo de literatura», lleva más de tres décadas sin poder escapar de Sant Jordi, esa efeméride que convierte Barcelona en una gran masa de compradores compulsivos de libros, aunque sea solo por un día. Y este año no será la excepción, gracias a la esperadísima Esa bruma insensata (Seix Barral), nueva novela que, como ya indica el título, hasta su publicación permanece envuelta en misterio.
Como si fuera el inicio de una novela de Simenon, quedamos con él al pie del reloj de la Escuela Industrial, en Les Corts, el barrio barcelonés donde reside desde que abandonó su piso en la ‘Travesía del Mal’, y donde se desarrollan sus recientes novelas Aire de Dylan y Mac y su contratiempo. Pero ni el reloj, ni tampoco la Escuela Industrial, son una pista. Vila-Matas asegura que no aparecen en la novela. Sí lo hace una iglesia que hay cerca, aunque no es «nada fotogénica», asegura. La sesión de fotos transcurre con rapidez y eficacia. Pero no siempre es así: «En general me horrorizan. Tuve una experiencia pésima con L’Uomo Vogue, la revista italiana, hace muchísimos años. Aparecieron cuatro personas en aquel piso tan pequeño que tenía en la Travessera de Dalt, y me tuvieron cinco horas pelando una manzana, para tomar una imagen cursilísima de mí. Y además me dijeron que iba muy mal vestido, una excusa para que me pusiera la ropa que querían anunciar. Me trataron muy mal, y comí demasiadas manzanas».

Vila-Matas aparenta una timidez insalvable, pero cuando se sube a un escenario, como ocurrirá una vez más en marzo en el festival literario Kosmopolis, se convierte en todo un showman. Al principio, sin embargo, lo pasó mal. «La primera vez», recuerda, «fue en un cinefórum. Tenía 16 años. Acabábamos de ver la kafkiana El proceso, de Orson Welles. Todo el mundo empezaba sus intervenciones con un ‘Yo pienso que…’. Y cuando me tocó el turno, al final de todo, solo acerté a decir: ‘Yo pienso que este coloquio tiene que acabar’. Luego leí uno de esos libros, creo que de López Ibor, que solo sirvió para acrecentar mi miedo.

Otra vez, en Puerto Rico, en una mesa redonda, estuve a punto de desmayarme. Era el sexto al que le tocaba hablar, después de todos aquellos discursos pomposos y académicos, que por suerte ya no se estilan. Y luego, claro, descubrí el ansiolítico más socorrido. El que usa todo el mundo. Te deja en un estado próximo al nirvana, el público desaparece, queda como flotante. Pero, al final, lo que me salvó fue el humor y la fuerza de la costumbre. Pongo al público a prueba con un par de frases, y si se ríen, me siento seguro. Ya no tomo pastillas, aunque no siempre funciona. En Berlín relaté una de mis giras por Alemania, y se rieron a carcajadas. Pero luego, en Múnich, no les hizo ni pizca de gracia. Hasta el punto que la primera frase del coloquio fue: ‘Usted va bastante bien vestido para ser español».

En Kosmopolis ya tuvo hace unos años un hilarante mano a mano con Eduardo Lago, y en esta ocasión compartirá el escenario del CCCB con el portugués Gonçalo M. Tavares, a quien acaba de prologar su tetralogía sobre el mal El reino (Seix Barral): «Somos muy distintos, aunque tenemos intereses comunes. Pero nos leemos, y nos gusta lo que hacemos. Si fuésemos más parecidos, me aburriría, y además se daría la tensión de quién es mejor de los dos. Admiro su capacidad de síntesis –de hecho, le llamo Dr. Síntesis–. Y ahora que lo pienso, es posible que me haya influido, porque Esa bruma insensata me ha salido más corta de lo habitual. La he redactado unas 40 veces, sintetizando al máximo». Pelando la manzana, una y otra vez.

Pregunta prosaica: ¿Y de qué va? «Es la primera vez que hablo de ella, y no puedo decir mucho. Pero digamos que es la historia de dos hermanos. Uno es un escritor muy famoso, aunque oculto, como Salinger o Pynchon, y vive en Nueva York, mientras que el otro, aunque hace 20 años que no se ven porque vive en Cadaqués, le suministra las citas con las que arma su literatura. Es una manera de preguntarme por qué he trabajado tanto con la intertextualidad, aunque el tema de fondo es la fe en la literatura, cómo conservarla en un tiempo en el que la Red, cual tratado de antropología global, lo sabe todo de nosotros. Si la literatura todavía sirve para comunicarnos». La pregunta queda abierta, y Vila-Matas, ese eterno candidato al Nobel, enmudece. Tal vez ha hablado demasiado, o más probablemente, como todas sus obras, Esa bruma insensata se resiste a quedar reducida a una mera sinopsis. Sería realmente insensato intentarlo.

Nos habla, en cambio, de la reciente reedición del volumen que recopila sus columnas, principalmente publicadas en EL PAÍS, que son todo un antídoto contra todos esos tertulianos que automáticamente manifiestan una opinión experta sobre cualquier tema de actualidad: «El libro se vendió muy bien, porque se titula Impón tu suerte (Círculo de Tiza), y la gente lo confundía con un libro de autoayuda», bromea. Y evoca su ascenso a comisario (artístico).

Aunque su obra siempre ha estado ligada al arte, colaborando con creadoras como Sophie Calle o Dominique Gonzalez-Foerster, llegando incluso a convertirse él mismo en una obra de arte (escribiendo durante todo el día en un restaurante chino, en el marco de la Documenta de Kassel), acaba de inaugurar una exposición en la Whitechapel Gallery de Londres: «Me dieron a escoger entre tres gruesos catálogos que recopilan todo el material adquirido por La Caixa en los últimos 30 años. Me guié por la intuición, escogí seis obras, y las convertí en Una novela oblicua, que es el título de la exposición. Enseguida me salieron otras ofertas como curator. Pero dije que no. Necesito tiempo para escribir”.


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