23.6.20

Enrique Vila-Matas.El último Joyce "Finnegans Wake" 2009 relecturas

“Mi hora segunda insondable sin estrellas”
Beckett, Whoroscope

Como tengo insomnio, pasaré la noche con mi lenguaje nocturno. Me entretengo imaginando que soy un crítico, un especialista en ficción crítica. Y también imagino que me he pasado media vida leyendo Finnegans Wake  en una edición de Faber and Faber de 1939, siempre acercándome a ella con cautelosos sorbos, porque esta última novela de James Joyce no es para leerla de un tirón, sino para abrirla en cualquier parte y sumergirse en su fascinante pluralidad, ambigüedad y lúdica riqueza. Siempre que me acerco al Finnegans lo hago sabiendo que estoy  ante el más denso de los tapices y con el temor de que una vez más, como lector, me llegue una sensación, primero, de estar al borde del colapso, y después el colapso mismo.

Imagino también que soy descubierto, pero no temo que alguien pueda hacerme confesar que no he leído el Finnegans. Y es que, de entrada, se supone que nadie ha sido tan idiota como para leerlo de corrido. Y, además, se sospecha que en realidad es ilegible y se dice –es pintoresca la leyenda- que nadie ha podido leerlo nunca.

Me quedo recordando que siempre me acerqué al Finnegans con esa impresión de que no tardaría en llegar el inefable y puntual colapso y, además, con el temor a no estar a la altura de la clase de lector que espera este libro: alguien en radical contacto con lo incomprensible y, por tanto, con el arte verdadero, con esa “hora segunda insondable sin estrellas” de los textos más próximos a nuestra gran verdad, a la realidad brutal y muda, sin significado, de las cosas.

Sea como fuere, nunca me faltaron los estímulos para regresar al libro de Joyce y a los prudentes sorbos. No sé cuantas veces me animé a releerlo diciéndome que no había nada de peligroso en volver al libro y que a fin de cuentas se trataba de una de las novelas favoritas de John Lennon. En más de una entrevista  el músico dijo que el libro le parecía “so way out and so different”  (excéntrico y diferente) y nunca, además,  negó que no hubiera podido influenciarle a la hora de escribir la psicodélica letra de I'm the Walrus, composición (seguramente la mejor canción de Lennon), donde las palabras “Goo goo g'joob” podrían ser una referencia al “googoo goosth” que encontramos ya hacia el final del Finnegans.

Pero el hecho es que hasta ahora, siempre que he emprendido la lectura de este libro admirable, he acabado golpeado, tarde o temprano, primero por  una sensación de colapso que se mezclaba con el pasmo por tan lúcido trabajo con el lenguaje, y luego por el colapso mismo, por ya ni hablar del consiguiente rubor al sentirme un negado para descifrar con precisión la espectacular exploración  que hizo Joyce de los límites de la literatura.

Se me ocurre en pleno insomnio que en mi próxima relectura de algún fragmento del Finnegans  podría contar con un método para atajar la llegada de esa onda extraña y horrible que siempre me anticipa mi desastre como lector del libro. El método podría  parecerse al que empleo cuando leo el vaticinio de mi horóscopo y, por muy indescifrable y desconectado de mí que éste me parezca, siempre me las arreglo para que el párrafo oracular que me corresponde me acabe diciendo algo.

Se trataría de un método que me haría incluso más digeribles los fragmentos del Finnegans que decida abordar. ¿Abordo alguno ya esta misma noche? ¿Enlazo mi insomnio con el Finnegans en un viaje circular perfecto, adecuado a la estructura también circular del libro?

Mientras lo pienso, leo el pronóstico para el signo Aries que apareció en el periódico de ayer (por la hora no tengo otro a mi alcance): “Gran comprensión y apoyo de un colaborador en un proyecto que responde a sus ambiciones”. Ya lo puedo leer las veces que quiera que, como no utilice mi  particular  método, no descifraré

qué quiso decirme ayer el horóscopo. Porque, de entrada, no tengo “colaborador”, de modo que difícilmente pude contar ayer con su apoyo para el supuesto proyecto.

“Comprensión y apoyo”, termino escribiéndole en un email muy escueto a Eduardo Lago, que es caballero de la Orden del Finnegans y vive en  Nueva York, donde ahora son las siete de la tarde y, por tanto, es probable que no tarde en leer mi mensaje.   Es tal vez, por mi parte, la conmovedora  petición de auxilio de quien teme ahora naufragar ante su inmediato reabordaje del Finnegans. Lo cierto es que, gracias al descarnado y escueto y en parte emotivo mensaje, el pronóstico del horóscopo ha cobrado sentido. Y hasta creo que yo he salido ganando. Porque donde antes no había nada, ahora hay un pronóstico y una petición de comprensión y apoyo. Y un colaborador (un lector en la noche).

No queriendo dar muchos rodeos, elijo el primer párrafo del Finnegans. No pienso que sea tan desatinado aplicar técnicas de horóscopo (de Whoroscope, de Puthoroscopo, que diría Beckett) a la lectura del temible libro. Después de todo, el propio Finnegans  (durante mucho tiempo Work in Progress fue su título provisional)  anunció, de forma no deliberada, palabras que luego cobraron inesperada vida y sentido. Como Quark, por ejemplo, que  no significaba nada en concreto cuando a su autor le dio por incluirlo en su libro (“three quarks for muster mark”), pero que acabó relacionándose con la física cuántica a través del profesor Murray Gell-Mann, que extrajo directamente del Finnegans esa palabra, rompiendo así con la tradición de bautizar los descubrimientos de partículas con palabras derivadas de raíces griegas.

Sin más dilación, recomienzo, releo el primer párrafo del Finnegans profético y encuentro ahí mi augurio para esta noche:
    “correrrío, pasada [la iglesia de] Eve and Adam, desde el viraje de la ribera hasta el recodo de la bahía, nos trae por un vicio comodicio de recirculación de vuelta al Howth Castle y Enrededores”.

En cursiva quedan las palabras que no existieron nunca hasta que no abrí este libro por primera vez y leí su primer párrafo. Desde entonces han pasado tantos años que incluso tiempo hubo para un gran correrrío muy comodicio por los Enrededores. De hecho, he acomodado comodiciamente mi mente, estos dos últimos años, por los alrededores del Liffey. Y es que la ciudad de Dublín, que nunca pensé que podría siquiera algún día llegar a ver, he terminado por visitarla cuatro veces en el último año. Han sido cuatro correrríos siempre cerca del río Liffey, cuatro riocorridos, como los llama el mexicano Salvador Elizondo en su traducción joyceana.

El riocorrido o correrrío –el riverrun para la mayoría de lectores de Joyce y una clara referencia al curso del río Liffey a través de Dublín- es antesala de la referencia a Giambattista Vico (vicio comodicio), quien concibió la evolución histórica como un viaje circular, exactamente lo que es el Finnegans, cuyo inicio –ahí está vicio (por Vico) operando como señal o advertencia- se halla enlazado con el final de la novela.

Mi lectura oracular de este fragmento dice sencillamente que me espera para esta noche –que es metáfora de toda mi vida- un riverrun de insomnio, un trayecto que irá desde el viraje de la ribera hasta el recodo de la bahía, en travesía semejante a la de aquel viaje iniciático que hice en mi primera visita a Dublín, cuando fui de Pearse Station hasta el pueblo de Howth  donde, desde lo alto de su castillo, vi el territorio en ruinas por el que se extendían los Enrededores de este libro excéntrico y diferente, que habría podido acabar con la literatura. Después de todo, tras el terremoto que desató en el lenguaje, los más lúcidos sucesores de Joyce nos parecen hoy sobrevivientes caminando entre los cascotes, bajo un cielo insondable sin estrellas, deteniéndose ante las pocas hogueras –y aún gracias- que arden.

ENRIQUE VILA-MATAS
* El País, Babelia, 14 de noviembre de 2009

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